Zotal para desinfectar una guerra

Los que vivimos aquellos años donde se instaló la miseria en su máxima degradación social, recién acabada la guerra civil, olíamos por doquier a pólvora, sangre cuajada y zotal  

Y emergiendo del fuerte y nauseabundo hedor, una nueva España estaba intentando salir de las trincheras, abandonando las checas mientras aún retumbaban los ecos de los estallidos de los morteros y el repiqueteo de los recién acallados nidos de ametralladoras. 

Habíamos dejado atrás momentos convulsos, dónde media España se había citado con otra media, en un duelo fratricida, en un duelo a muerte en donde cientos de miles de muertos jamás sabrían por qué murieron.  

Se necesitaban ciudadanos de hierro para apuntalar una España en ruina, donde los escombros se señoreaban en las grandes ciudades, como fiel reflejo de la barbarie producida.  

Teníamos el deber, la obligación de restañar heridas, de atajar hemorragias, de reducir fracturas sociales, de sanear pensamientos y empezar de nuevo sin traumas, hasta conseguir una nueva Sociedad, ya libre de venganzas, de traumas, de complejos y de horrores. 

Durante décadas empezamos a trabajar sin descanso, a recuperar el campo, a levantar fábricas, a descubrir nuevas vías para el comercio, a dotar a los nuevos ciudadanos de nuevos estímulos formativos y educativos, a potenciar una nueva Sanidad, a desarrollar nuevas Leyes Sociales que garantizasen una nueva forma de vida digna.  

Y del jumento, la alpargata y la reventada camioneta, pasamos a la BH, a la Guzzi, al Seiscientos y al Doscaballos después… 

Del hierro al acero y de importar a exportar.  

De servir a ser servidos, de la emigración a la inmigración. 

Del hambre a la satisfacción y de la satisfacción al despilfarro. 

Nada que ver entre la vida que llevaron mis abuelos con la que disfrutan hoy mis nietos. 

Nosotros, los de la Generación de la Posguerra nos dimos cuenta que los tiempos difíciles crean hombres de hierro, los hombres de hierro crean tiempos fáciles; los tiempos fáciles crean hombres envueltos en tules y encajes, y estos vuelven a crear tiempos difíciles, constituyendo el ciclo de la vida… 

Hemos pasado de una generación que empezó en los campos de concentración a otra que disfrutó de paraísos. 

De una generación de guerreros a otra de reguetones, bacciatas y flamenquito, para terminar en raperos groseros de palabra abrupta y músculo flácido; de lengua larga y espíritu enclenque… 

De litronas y calimochos de tetrabrik, a coches tuneados con altavoces de un millón de decibelios. 

Es esa parte de la sociedad del vocerío y la vagancia rebozada entre vapores y jeringuillas, la que habla de rebeldías e ínfimos valores impuestos por los simios en la selva urbanita sin dar palo al agua.              

Hemos pasado del soldado, del guerrero y del combatiente en lucha por sus ideales, al mochilero destructor y al mercenario de dislocada metralleta de mercado negro, colocada en modo veleta según la bandera que pague. 

Pasamos el árbol fuerte y erguido, a la hojarasca; de la roca a la plastilina de colores. 

Nos están robando la paz mientras a lo lejos suenan tambores de guerra, porque los psicópatas mandatarios necesitan oler a sangre, a tragedia, muerte y destrucción, porque ya toca rellenar de nuevo trincheras de cadáveres, que de nuevo no sabrán por quién, ni por qué murieron.   

Enrique García-Moreno Amador

Presidente del Ateneo de Ocaña

Escritor y amante de Ocaña y su historia

Tags: El Atril de Enrique García-Moreno

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