Los historiadores no tienen ningún reparo en introducir en sus tratados su peculiar «visión» de hechos que jamás vivieron y que todo lo que saben lo han conseguido a través de las lecturas de otros historiadores que tampoco vivieron los hechos, quedando todo en aquellos acontecimientos de la Historia que pasaron de generación en generación de manera oral y siempre con el sello personalísimo que les otorga su fértil imaginación.
Recuerdo aquellos hechos que determinaron la invasión inglesa dejando el indeleble sello de la cultura anglosajona sobre EEUU, Canadá y Australia, cuyos acontecimientos nada tuvieron que ver con el descubrimiento que protagonizaron los españoles en el Nuevo Mundo.
La actitud de ambos países no fue la misma, ni la intención tampoco.
Los británicos fueron con la idea preconcebida de ejercer un feroz imperialismo sobre tierras ya descubiertas, mientras que los españoles buscaron nuevas tierras para transmitir su Cultura, sus costumbres, su Lengua y su religión.
Sería absurdo negar que a cambio obtuvimos beneficios que hicieran rentables las fuertes inversiones de los viajes sufragados por la Corona española.
Los ingleses sí ansiaban nuevas fuentes de riquezas como principal objetivo, mientras que los españoles buscaban dominios que regalar a la Corona, aunque después terminasen con abusos de poder y hasta un claro colonialismo.
EEUU y Australia conservan el característico sello anglosajón, y siendo más precisos, de escoceses, irlandeses y galeses.
Los canadienses se identifican más con Francia e Inglaterra, ya que a ambas culturas las consideran a un nivel superior al de los otros, a los que acusaban de borrachines, pendencieros, camorristas y gentes de poca moral.
La invasión de estos países fue consecuencia de su desmedido afán de riqueza con el menor esfuerzo posible, al final siempre sale su ancestral instinto de piratas y bucaneros, y la actitud de aquellos inmigrantes, en contra de lo que está ocurriendo en Europa y en concreto en España, más que integradora fue dominante y cruel.
Lo que está ocurriendo en Europa y más concretamente en España, es que esta invasión, esta ocupación pacífica, está enriqueciendo a algunos «empresarios» sin escrúpulos, al emplear a ilegales por los que no pagan ningún tipo de impuestos, pero que al final disfrutan de una Sanidad, Educación, Servicios Sociales, Vivienda e Infraestructuras, en las que ni contribuyeron, ni contribuyen.
La supuesta riqueza aportada por los inmigrantes no es tan ventajosa como la que aseguran, después de haber visto el resultado.
En estos momentos, muchos países europeos y España en particular están perdiendo su identidad social, cultural y económica, para aparecer con una concepción social absolutamente diferente.
Ni Sanidad, ni Educación, Economía, Trabajo, Vivienda, ni Asuntos Sociales, volverán a ser lo que fueron tan solo hace unos años.
El problema llega cuando la misma infraestructura que había para 40 millones de habitantes haya que repartirla entre los actuales 48 millones.
Y dicho esto me expongo a que me llamen insolidario, egoísta, xenófobo y cuántas lindezas me digan los que siendo de aquí, aprovechándose de los ríos revueltos tampoco pagan impuestos, por aquello de sumarle a los diferentes subsidios, trabajillos libres de nóminas y por tanto de impuestos.
El recurso de echarle la culpa a los migrantes oculta el comportamiento de los nativos.
Estoy a favor de cuántos inmigrantes deseen integrarse cada día en un mundo donde poder disfrutar de una vida más cómoda y esperanzadora.
A cambio, nuestras leyes, normas, cultura, tradiciones y costumbres, deberán ser respetadas, además de contribuir con su trabajo y el abono de impuestos para hacer una sociedad mejor, más solidaria y comprometida. Mucho me temo que España esté sufriendo una ocupación, una invasión muy bien programada por organismos no oficiales, que lejos de hacer una labor humanitaria, que no misericordiosa y buenista, que no cívica, se benefician con todo tipo de ganancias, desde el carácter dinerario, ideológico, político y religioso, hasta la más pura concepción empresarial y comercial.
Una vez más la clase media pagará generosidades ajenas. Eso sí, los que no pagan la fiesta exigen más fiesta y los que están hartos de pagarles las fiestas a los fiesteros tienen que hacerlo por una extraña concepción de la solidaridad.
Es lo que tiene el comunismo bananero, de caña de azúcar y cafetales, que se dedican a repartir la miseria entre los pobres para que los dirigentes vivan como señores de refinados gustos.