Me resulta vital nuestra capacidad para olvidar, porque gracias a esa facultad de hacer borrón y cuenta nueva, olvidando temporalmente nuestras tragedias, fracasos y errores, viviremos más felices.
Reconozco que mi capacidad de olvido no es definitiva y eso me tranquiliza.
Afortunadamente tenemos esa válvula de escape que nos permite evadir presión y aligerar tensiones, evitando el límite que precede al inevitable estallido emocional final.
Esa descompresión nos viene después de liberar memoria, contribuyendo así a crear espacios donde guardar nuestros recuerdos, pero manteniéndolos en una nube por si resulta necesario recuperarlos.
Somos como esos celulares que cuando agotan la memoria tienen que liberar «recuerdos» para no quedar bloqueados, permaneciendo en sus chips una memoria imborrable que a veces olvidamos tener…
Todos somos conscientes que esos «olvidos» permanecen en el bidón de reciclaje de por vida, ya que por un extraño mecanismo, a veces incontrolado, volvemos a restaurarlos, incluso con mayor resolución, nitidez e intensidad…
En Psicología se estudia este fenómeno como el recurso que tenemos los humanos para no caer en la desesperación que nos llevaría inevitablemente a la depresión, la locura y posterior autodestrucción, al carecer de la facultad de olvido.
Y para podernos defender de esos indeseados recuerdos almacenados de por vida en nuestra memoria, pese a nuestra voluntad de establecer el más absoluto olvido nos exigimos una imposible amnesia total.
Una de las definiciones de la Cultura, es lo que nos queda después de haber olvidado todo lo que de manera natural se elimina.
Lo bueno de nuestra memoria es que funciona como las placas de vitrocerámica, a fogonazos, ya que de funcionar de continuo se fundirían nuestros circuitos mentales.
El Alzheimer sería como si a un teléfono se le quemase el chip de la memoria…
Lo peor son esas personas que no nos permiten olvidar, recordándonos a cada instante aquello que queremos hacer desaparecer para no mortificarnos.
Son esas personas las que suelen estar presas de una paranoia o de una maldad sin límites, nacida del odio y de la venganza, las encargadas de mantener vivas nuestras angustias, nuestros horrores, nuestras frustraciones, errores y tragedias.
El éxito se consigue, cuando nuestro intelecto logra controlar la fuerza capaz de hacer desaparecer los malos recuerdos y todo aquello que nos impide ser felices.
No sé si lo que en realidad estoy reivindicando es la memoria selectiva o aferrarnos a los recuerdos que nos proporcionan satisfacción.
No lo sé, pero necesito olvidar las miserias que mortificaron mi existencia y al mismo tengo pánico a quedarme sin memoria para siempre, porque por no recordar, no recordaríamos que seguinos estando vivos.