Raíz de nenúfar

De nuevo he tenido contacto con mis raíces canarias, una vez más en un viaje relámpago, casi de fin de semana, donde he avivado mis recuerdos aventando raíces como filamentos de algodón dispuestos a ras de suelo como una tela de araña flotando en aguas mansas.

No, no soy como el roble, que estando en un vivero se trasplanta para que pueda desarrollarse transformándose en un árbol de sólido tronco, magníficas ramas y espléndido follaje.

El azar o el destino quiso que me enraizarse tenuemente como un nenúfar, siendo más grande la planta que la exfoliada raíz.

Ahora, después de toda una vida, me doy cuenta que llevo a la Península impresa en mi ser, Castilla en mi pecho, Toledo en mis entrañas, Las Palmas de Gran Canaria en mi alma, Sidi Ifni en un oasis de mi pensamiento, Cullera en la brisa marina que embriaga mis sentidos y si tuviera que colocar a mi tierra guanche en alguna parte, Agüimes lo alojaría en ese rincón de mi cerebro donde se conservan los recuerdos que me dejaron aquellos años de mi peculiar infancia, tan difuminados como confusos, tan imprecisos como difusos.

Recuerdos que han estado en una prolongada e ilusionante espera, listos para ser revividos como colofón a una feliz existencia.

En este sorprendente y gratificante viaje a Agüimes, a mi pueblo guanche de la bendita tierra canaria, de pronto han regresado todos los recuerdos celosamente guardados en el cofre donde se guardan los quereres…

Y sin ningún esfuerzo y de forma sorprendente, en un liviano ejercicio de memoria, mis escondidos recuerdos han vuelto a recobrar vida, la vida de aquellos años de mi ya muy lejana infancia…

Ni la fragilidad de mi memoria, ni mis problemas de visión, ni mi menguada capacidad de movilidad, han sido capaces de impedir ver con extraordinaria nitidez aquellos años que siempre estuvieron ahí, esperando a ser desempolvados.

Sí, reconozco que todo lo que he vuelto a ver a través de una gasa inmaculada, ha cambiado hasta no reconocer casi nada.

Sé que hace muchísimos años estuve allí, no porque todo se encuentre tal cual lo dejé, muy al contrario, nada está en su sitio.

Es más, los lugares perduran porque el espacio es inamovible , pero en ellos permanecían intactos mis recuerdos, sé que estuve allí porque alguien me lo susurra al oído.

Las calles siguen estando, pero ahora ya no tienen el mismo recorrido, ni anchura, ni longitud, ni el aroma de arrayanes y jazmines…

Me temo que todos estos años hayan servido para sublimizar la realidad, para idealizar lo vivido, para transformar el pasado, para crear una ilusión y de pronto la realidad, que nada tiene que ver con mis recuerdos.

Ni las personas que mecían mi infancia, ni los mimos de mis abuelos, ni los de mis padres están ya…
Apenas queda nada de mi pueblo, Agüimes y sin embargo los sigo recordando. No lo he reconocido, nadie me ha recordado a nadie, es como perderme dentro de mi, como encontrarme en ninguna parte.

Han sido muchísimos años los que han sepultado mis recuerdos, que milagrosamente se han conservado entre tules y satenes…

Ya no está la casa donde nací, ni la de mis abuelos, ni la de mis tíos. Nada.

El establecimiento que regentaba mi tía Ana, donde yo pasaba muchas tardes, ahora es una galería de arte, que es donde debe vagar el ánima de mi tía abuela.

La montaña donde iba a recoger caracoles y sacar savia a las tabaibas para fabricar goma de mascar, está llena de chalés blancos adosados y pareados y las barrancas atiborradas de palmeras caribeñas y tuneras africanas.

Me senté en uno de los bancos de la alameda, frente a la puerta principal de la iglesia parroquial, queriendo reverdecer mis recuerdos, hasta que al final y después de efectuar un profundo ejercicio de resignación, he tenido que aceptar que mi larga existencia me ha servido para vivir lo que nunca pude imaginar me pudiera ocurrir, haberme quedado sin escenarios donde arrancó mi particular obra de teatro.

Y es que al fin compruebo, sin ningún atisbo de amargura, sin ninguna brizna de frustración, sin el menor sentimiento de tristeza, que el roble en el que creí haberme convertido, en realidad ha mutado en un gigantesco y multicolor nenúfar flotando en este estanque dorado en el que se ha asentado mi vida en un remanso del lago…

Sí, este viaje a mis raíces ha servido para comprobar la inmensa fortuna que me ha proporcionado la vida, regalándome recuerdos dorados que nada tienen que ver con la realidad.

Mi imaginación ha sido generosa conmigo inventando un pasado lleno de aventuras que a mi me gusta, aunque sólo sea un producto de mi imaginación.

Gran Canaria fue la cuna de mi existencia y ahora me ha servido de mecedora donde mecer mis sueños… ya realizados.

Ahora sólo me queda recrearme en ellos después de haber efectuado el inicio del regreso y haber realizado gran parte del viaje.

Enrique García-Moreno Amador

Presidente del Ateneo de Ocaña

Escritor y amante de Ocaña y su historia

Tags: El Atril de Enrique García-Moreno

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