los españoles fuimos los creadores de un género literario donde el protagonista es un pícaro, un pillo, un trilero, y como ejemplo magnífico tenemos al lazarillo de Tormes que no deja de ser un prototipo irónico y despiadado de una sociedad en la que mostrándose sus vicios y actitudes aparece la complicidad de clérigos y religiosos.
Como obra anónima es el pueblo el autor, aunque se sospeche de algún detractor de ideas erasmistas.
Fue tal la repercusión de la obra que la Inquisición la prohibió.
Más tarde se permitió su publicación, una vez expurgada. La obra no volvió a ser publicada íntegramente hasta el siglo XIX y dicho esto recuerdo una anécdota que a pesar del paso del tiempo no pierde un ápice de actualidad, es más, pienso que ha cobrado una cierta relevancia.
Es de todos conocido, que en nuestro ADN siempre se encontrarán buenas dosis de pillería, picardía y astucia.
No podemos sacudirnos esa señas de identidad que nos confiere nuestra condición de hispanos, latinos y mediterráneos, con un mestizaje conseguido a base de mezclar mil culturas, llegadas desde todos los puntos cardinales.
Conozco localidades con poblaciones próximas a los 20.000 habitantes en donde se han dado cita 80 diferentes nacionalidades y esto marca una tendencia que en ocasiones produce tantas ventajas como inconvenientes.
Resulta que en una de las tertulias literarias que se celebraban en aquel castizo Café Levante, concretamente la que «moderaba» don Ramón María del Valle Inclán y en la que se unían a principios del siglo XX un buen número de intelectuales de la Generación del 98, además de los artistas más significados del momento, estaban hablando de los españoles y de las distintas clases de españoles con las que se podían encontrar, lo hacían de forma distendida, pero ajustada a la realidad del momento.
Entonces, de sopetón, como el que no quiere la cosa, Pío Baroja sorprendió a todos con la siguiente clasificación:
- Los que no saben.
- Los que no quieren saber.
- Los que odian el saber.
- Los que sufren por no saber.
- Los que aparentan que saben.
- Los que triunfan sin saber.
- Y finalmente, los que viven gracias a la ignorancia de los demás, es decir, que viven de lo que los demás no saben.
Agrupando entre estos últimos los que se autodenominan «políticos» y a veces hasta, sin ningún rubor, se auto-definen como «intelectuales», algo que no resulta compatible como todo el mundo sabe.
O se es político, o se es intelectual, las dos cosas juntas parecen incompatibles.
Todos festejaron la lucidez de Baroja, pero fueron don Benito Pérez Galdós y don Miguel de Unamuno los que estallaron en una enorme carcajada al mencionar el último grupo. Carcajada que pudiera ser interpretada con diferentes intencionalidades, dado el espíritu satírico de ambos.
En esta clasificación de don Pío me atrevería a agregar unos cuantos más, pero no seré yo el que ose corregir a tan insigne pensador, novelista y autor teatral.
Hasta ahí podía llegar la osadía de este aprendiz de todo y maestro de nada.
Solo tenemos que echar un vistazo a la clase política reinante en estos momentos, para darnos cuenta del ínfimo nivel que presentan y que si hoy están ahí es gracias al escaso o nulo saber de los gobernados, que somos los que les votamos.
Recuerdo la frase de otro insigne contertulio: No hay nada más peligroso que un español frente a una urna, tal vez criticando nuestra alocada actitud, nuestra condición de irredentos impulsivos y sobre todo, por nuestra propensión a producirnos con demasiada ligereza.
Lo curioso es, que en el último grupo, los que viven de la ignorancia de los demás, los que gobiernan, lo hacen gracias a la mediocridad de esta sociedad, de la que dicen es la más preparada, y al mismo tiempo, la que menos sabe.
A tal sociedad tales gobernantes y viceversa, a ver si vamos a creer que los únicos mediocres son los políticos…
Don Ramón, aquel día desnudó hasta dejar en cueros a aquella sociedad, que es exactamente la misma que ésta, después de haber pasado 120 años.
Se dice pronto, más de un siglo para seguir estando donde estábamos, para seguir cometiendo los mismos errores, las mismas barbaridades e idénticas pifias.
Y es que si hay algo contra lo que no podemos luchar, es contra nuestro ADN.