No surge el mismo efecto, ni causa la misma sensación, ni produce el mismo resultado, ni propicia la misma reacción lo dicho por uno de la nueva izquierda , que por otro de la nueva derecha. Porque cada uno cuando habla trata de satisfacer a los suyos.
Al final lo relevante es lo que quieren oír los nuestros, no lo que quieran oír los otros.
No es lo mismo de respetable, ni causa los mismos efectos, ni propicia la misma opinión, un mismo hecho, sucedido en idénticas circunstancias, propiciado por un católico, que por un protestante, musulmán, budista, evangelista o testigo Jehová.
Porque lo importante no es lo que se dice, sino quien lo dice.
No tiene la misma trascendencia lo que pueda decir el Papa, que un pope, que el gran Lama, el rabino o el imán…
No tiene el mismo valor la palabra de un poderoso, que la de un ciudadano vulgar, la palabra de la autoridad que la de un ciudadano de a pié…
La Justicia no es la misma para ricos, que para pobres; para blancos que para negros; para payos que para gitanos, para mujeres que para hombres, para un diputado que para un ciudadano corriente…
Ni el trabajo, ni la vivienda, ni la Sanidad, ni la Educación, ni los procesos de selección, ni la promoción empresarial, ni la oferta laboral es la misma para unos que para otros.
Ni siquiera las oportunidades, ni el destino, ni la vida es la misma para todos, ni heredamos el mismo pecado original, porque unos lo sufrieron con mayor intensidad que otros.
Nada es lo mismo para todos excepto la muerte, aunque la agonía sea distinta. Porque para los ricos hasta la agonía está llena de confort, aunque al final el desenlace sea irreversible y la muerte acabe con todo.