Autoridades de todo tipo, sobre todo, aquellas que se apuntan a ser autoridades sin serlo, son precisamente las que representan la autoridad más peligrosa en todas las Eras de la Historia.
Aquellos que ya de niños se sentaban en la parte más elevada de los «tiovivos» para poder tirarles las cáscaras de cacahuates a los niños que iban abajo en un camión de bomberos, en una ambulancia, o un coche de policía, ya apuntaban buenas maneras…
Esos alevines de «autócratas de pacotilla», no sé si nacen o se hacen, son los que de mayores se encargan de dinamitar la Sociedad que los padece.
Las autoridades de verdad, las que ejercen como autoridad de la Medicina, la Investigación, de la Cultura, la Ciencia en todas sus representaciones, o el Orden, me causan un respeto imponente.
Estas autoridades sí gozan de mi admiración y gratitud más absoluta.
Algunos se creen que la autoridad se gana en una asamblea, en unas elecciones, tras un nombramiento, cualquier designación digital, o a través de la fuerza bruta… De la violencia, del terror o desde una posición de privilegio.
Y de autoridad, autoritarismo y de autoritarismo, abuso y de abuso sometimiento…
La autoridad no se presta, ni se hereda, ni se concede… La Autoridad no la da el BOE, ni galones, ni estrellas ¡Se gana!
Autoridad no implica el derecho a dar órdenes en virtud de una dudosa posición jerárquica, mientras que el poder que nace de ese tipo de autoridad implica la imposición de decisiones en base a la facultad que tiene el que lo ejerce aplicando sanciones o castigando a su libre albedrío como medio de coacción.
La fuerza que ofrece el rigor y el conocimiento, legitima la autoridad a la que se le imprime la sublimidad de la excelencia.
Y ese ha sido el problema de los como éste que suscribe, jamás nos inclinamos ante el poder impuesto, el forzado autoritarismo, los oportunos autócratas, los insufribles dictadores y los cobardes matones.
A lo largo de mi vida he padecido a autoridades que al caminar iban dejando tras de sí un reguero de «excrementos mentales» que hacía difícil la tarea de los encargados de limpiar la sociedad de imbéciles.
De los mequetrefes investidos de autoridad, líbrenos, Señor.