Miedo a Todo y a Nada

En España los de mi generación siempre sentimos una especial prevención a la hora de declarar cual es la ideología con la que nos sentimos más identificados, tal vez porque durante 40 años no sentimos esa necesidad por imperativo de la época.

Sabíamos que habían ideologías, pero sólo nos mostraron una, la enemiga. La otra era la de Franco. He dicho enemiga, no adversaria.

No sentíamos curiosidad por las diferentes ideologías que corrían por Europa por aquellos años 40, tal vez por desconocimiento, desidia o prevención.

Hasta hace poco ser de izquierdas estaba muy mal visto, porque después de cuarenta años sin ideología, declararse afín a un pensamiento político de izquierdas constituía una temeridad, una provocación.

En España no se permitían partidos políticos y por tanto los ciudadanos no éramos ni de izquierdas, ni de derechas, se obedecía a la voz de «ar» y punto.

Cuarenta años carentes de pensamiento ideológico conforman un forzado vacío, rellenado sutilmente por disidentes en la clandestinidad que lejos de suscitar curiosidad, producían rechazo por sus exageradas soflamas, incendiarios discursos y desproporcionados insultos, pronunciados en el cómodo exilio, en el refugio caribeño de ultramar, o en confortables residencias portuguesas.

Tras la muerte del general ser de derechas estaba bien considerado, aun sabiendo que el militar carecía de ideas, no sé si de luces también.

Ya en tiempos de Democracia, con Felipe González de presidente del Gobierno durante más de doce años, empezó aquella «nueva izquierda» a salir del armario con naturalidad, sin aspavientos, con desenfadado, sin acritudes, tal vez sin ánimos de revancha, aunque algunos llevasen su ideología en los intestinos. Era como llevar el pensamiento en las vísceras.

Fue aquel PSOE el que vino a normalizar la vida de los españoles tras la excelente transición de Adolfo Suárez. Posiblemente aquí discrepen muchos, pero seguiré intentando avanzar…

Aquel PSOE culto, humanista, social y de gran nivel, posibilitó que los españoles empezáramos a hablar de libertad, aunque aún quedasen vivas ciertas secuelas en una sociedad todavía reprimida, herida, dolorida y desconfiada.

Han tenido que pasar otros cuarenta años para que aquella situación de rechazo a las gentes de izquierdas, revierta ahora en lo contrario, siendo que ser de derechas ya no está tan bien visto, tal vez por su propensión a meter la pata y la mano con toda la desfachatez del mundo, creyéndose aforados por cierta alcurnia ideológica.

Se ha pasado a insultar a través de violentas descalificaciones, desde llamar leninistas, bolchevique o trotskistas, a nazistas y fascistas.

Resulta que los españoles seguimos mostrando esa maldita intolerancia que no permite que la gente abrace la ideología que le venga en ganas y la pueda pregonar a los cuatro vientos sin experimentar un miedo cerval a la represión, ni que tenga que dar explicaciones, ni pedir perdón por no haber aceptado la clonación que exigen los intolerantes.

Y es que cuando el ejercicio que representa opinar se vuelve peligroso, algo falla en el sistema.

Algo nos dice que no hay progreso sino regresión. Hora no hay paz natural sino paz impuesta.

Desde 1939 al 2024 han pasado exactamente 85 años y las cosas parecen no haber cambiado, porque estos biznietos son más beligerantes, intolerantes y vengativos que aquellos bisabuelos.

Hemos pasado de la cartilla de racionamiento a una tarjeta de plástico que nos abre todas las vitrinas de Mercadona.

Tuvo que venir Felipe González a ponernos de acuerdo a casi todos los españoles con nada menos que 202 escaños, de los 350 existentes.

España de pronto se hizo de izquierdas y es que lo que no sabían los españoles es que durante 40 años habían sido de derechas. Aquellos, españoles, nosotros, nunca nos pudimos imaginar que Franco nunca fuera de derechas, ni José Antonio tampoco…

Pero aquellos españoles no éramos tan simples, ni paletos, ni ignorantes, solo nos dejábamos llevar.

Trece años despues de Felipe, Aznar consiguió 183 escaños lo que significó otra mayoría absoluta, no tan amplia como la de Felipe, pero sí holgada y determinante.

Y se impuso en España la Ley del Péndulo, del rojo al amarillo y del amarillo al rojo….

Y fueron pasando los años hasta llegar a nuestros días, donde la ciudadanía ha permitido que de aquel bipartidismo a la inglesa o a la americana, hayamos pasado a gobiernos Frankenstein con la amalgama de seis partidos que apenas se mantienen en pie por sí solos, al ser todos ellos gobierno y oposición al mismo tiempo.

Es el caleidoscopio ideológico, el arcoíris doctrinal, el tutifruti de sabor a nada y a todo.

Hoy obtener un centenar de escaños supone ganar unas elecciones, lo que dice que los españoles hayamos perdido nuestra propia identidad y naufraguemos asidos a un flotador de plexiglás.

¿Qué somos ahora los españoles? ¿De Izquierdas o de derechas?

Sinceramente, hoy los españoles somos neutros, sinsabores, inodoros e incoloros, porque llenar la nevera se ha puesto por las nubes.

Ahora el pensamiento se fragua en el estómago, el consejo de ministros se celebra en Waterloo, las negociaciones gubernamentales en Ginebra y el presidente en funciones permanece fugado.

A ver si aprende el Vaticano y nos amnistía a todos nosotros, irredentos pecadores, incluso a ver si Hacienda se anima y hace tabla rasa con la clase media.

Enrique García-Moreno Amador

Presidente del Ateneo de Ocaña

Escritor y amante de Ocaña y su historia

Tags: El Atril de Enrique García-Moreno

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