Que en pleno siglo XXI haya grupos pseudo religiosos como los Amish, pseudoecologistas como los hippies y pseudocomunistas como los de Podemos, es algo a lo que no encuentro una explicación lógica, a no ser que el mundo hubiera sufrido un paro cardíaco.
Los Amish son esencialmente un grupo etnorreligioso protestante anabaptista, conocidos principalmente por llevar un estilo de vida sencillo, vestimenta modesta y anticuada, siendo conocida su resistencia a adoptar comodidades y tecnologías modernas, como son las relacionadas con la electricidad, motorización, comunicación y sanidad. Sus actividades principales son la agricultura, ganadería y artesanía de hace cientos de años y su forma de vida bien podría ser una recreación del Siglo XVIII.
Los ecologistas por una filosofía básica y los naturistas por mantener una pose, creen que no llevando reloj logran parar el tiempo, dejándolo sumido en una quietud cinematográfica.
Los hippies propiciaron la práctica de la meditación que provocan vapores y sahumerios, siendo el cuidado del medio ambiente, el amor a la naturaleza, la libertad sexual y la practica de un peculiar hinduismo y pseudo budismo, falsas experiencias espirituales que pretenden ser diferentes a las convencionales.
Para ellos el progreso consiste en alcanzar sus metas sin mover un músculo.
El progreso se encuentra en la quietud de su propensión dormir tras dar rienda suelta a sus simiescos instintos a la intemperie.
Creen que el maná es un premio a su inmovilismo, similar a aquel paraíso terrenal de Adán y Eva.
Los podemitas llevan a gala ser contradictorios, por un lado se entregan a una jerarquización casi castrense, donde los dirigentes gozan de unas prebendas que no tienen las bases y por otro, luchan por una sociedad plana sin mas ambiciones que las que retienen sus mandatarios.
El progreso no lo asimilan muy bien. Si por ellos fuera, el progreso debería estar en stand by, pero disfrutándolo sin reservas a coste cero.
Se oponen a todo, hasta rechazar sus propias decisiones.
No les gusta el libre mercado, ni la propiedad privada, ni la vivienda libre, ni la banca, ni la educación, ni el mundo empresarial privado.
Solo les gusta debatir hasta envolverse en una hojarasca dialéctica donde la palabrería obnubile la razón.
Su estrategia es hablar incansablemente, constantemente, aunque nada tenga sentido…
Son ecologistas pero se mean en los jardines, se cagan en las catedrales y vomitan en las ermitas y tiran basura en los hemiciclos.
El Estado es el propietario de todo porque ellos son el estado.
Se arrogan la defensa y la protección de los desheredados de la fortuna, de los marginados, de los que sufren todo tipo de injusticias, de humillaciones y de abusos, para de inmediato, una vez que tocan poder, abandonarlos a su suerte, buscando la forma de echar la culpa a los demás, con la frescura facial de no implicarse a la hora de trabajar, sacrificarse y poner en práctica sus reivindicación. Ellos sin pobres no tendrían razón de ser.
Son capaces de decirte que sí a todo sin aceptar ningún compromiso, eso sí, acompañándose de una tierna sonrisa y repetitivos movimientos de cabeza de arriba abajo, para de inmediato hacer justo lo contrario negando sus propias afirmaciones.
Y dicho esto, no sé por qué he hablado de Amish, ecologistas, hippies y podemitas, a no ser que mi subconsciente me haya inducido a pensar que tienen demasiadas coincidencias en sus formas de vida, modos y maneras.
En ellos hay un peculiar comportamiento asambleario donde todos participan, siendo los líderes los que gestionan, eligen, seleccionan y disfrutan de sus ventajas.
Todo es tan básico, tan elemental y simple, que no logro entender a los que siguen a estos flautistas de Hamelín sin más esperanza que la de ser abducidos, burlados y timados.
Su hándicap es que su gente les cala pronto, su virtud, la facilidad de regeneración. Son como los cangrejos, que pierden una pata y al poco han generado una nueva.