Estamos asistiendo a la entronización de la cobardía, a la exaltación de las comadrejas, al enardecimiento de las ratas y a la entronización de los zafios.
Que toda España esté pendiente de un ridículo pitufo, de un huido de la Justicia, de un prófugo bobalicón, de un traidorcete abufonado, de un esperpento de deshecho es un síntoma inequívoco de estar padeciendo un profundo letargo.
Que un simple, tontainas medroso tenga en jaque a toda una Nación, es que algo grave le está pasando a un país en plena decadencia.
Cuando el Charlot catalán es capaz de vivir como un reyezuelo después de dejarse su hipotética dignidad hecha girones por veredas y caminos vecinales en su huída a modo de bulto, en un palacete de alquiler, al estilo de un rey en Nueva York, es que la ciudadanía está absolutamente abotargada.
Cuándo los disminuidos parias que le rodean se convierten en una ridícula coral de venedizos, pelotas desvencijados, súbditos entregados y encantados bobeas, es que al tonto el haba lo han convertido en un mesías de secta pirenaica.
Cuando 48 millones de españoles están bajo la influencia de un nuevo Calígula, de un nuevo Nerón, o de un nuevo Tiberio Claudio, es que los españoles hemos iniciado el mayor descrédito de la historia, además de la más vergonzante degeneración intelectual…
A no ser que llegados a esta generalizada debacle, a esta sociedad le importe un bledo que la gobierne una rubia verborreica reina de lo absurdo, irredenta pamplinera, comunista de opereta, princesa de la sedación por cataplasma, unos satisfechos cantamañanas arrellanados en despachos sin actividad de unas autonomías en donde cada una hace la guerrilla por su parte, entonces la cosa empieza a ser un auténtico vodevil, tal vez un sainete, tal vez un sketch…
Y con este panorama no me explico que no han tenido tiempo PSOE y PP para haber arreglado la ley electoral más injusta del mundo y no caer en este esperpento en el que han convertido a las cámaras…
De qué iban a tener el mínimo protagonismo esta jarca de comparsas, chirigotas o peñas, llamados partidos políticos, que en su totalidad, a duras penas, llegan a representar el 6%, cuando si tuviesen carácter de estado ni siquiera tendrían representación parlamentaria.
Que Waterloo sea el palacio presidencial del Charlot Catalán me produce una pena imponente, un desánimo indescriptible y una impotencia insoportable.
