No hace mucho fui invitado a participar en una charla coloquio en la imperial Toledo por unos amigos, habituales tertulianos en una televisión local.
Recuerdo que el tema era «Toledo y las manifestaciones religiosas».
Un tema muy atractivo pero absolutamente desconocido por mí.
No tuve que pensarmelo y de forma casi inmediata decliné la invitación aduciendo sin rodeos mi más absoluto desconocimiento del tema.
Desde mi infancia hasta hoy he ido descubriendo lo que representa la presencia de Dios en nuestra existencia, desde aquellas lejanas catequesis hasta mis lecturas actuales.
Y esta evolución ha ido conformandose sin grandes descubrimientos por mi parte, más bien ha sido un proceso lento, en el que me ha servido la lectura de libros escritos por diferentes autores, algunos creyentes, otros ateos y otros perdidos en un mar de dudas, para mí los más creíbles.
En mi familia mi padre era creyente praticante, mi madre solo creyente y este que suscribe según en qué momentos fui un imtermitente creyente y un pésimo practicante.
Mi concepto de Dios no ha sido profundo, ni superfical tampoco, sino todo lo contrario.
A mi siempre me presentaron a Dios bajo formas humanas, virtudes humanas y actuaciones humanas y esto me condicionó, tal vez porque la definición de Dios que dio el catecismo Ripalda era muy poco consistente.
He comprendido que cada uno tiene la libertad de intentar acercarse a Dios, unos a través de intermediarios, otros a través de comerciales, o simplemente bajo la supervisión del que se cree enviado de Dios.
Hay quienes hablan en el nombre de Dios, incluso por boca de Dios y no sé por qué, me parece una absoluta arrogancia.
He llegado, después de toda una vida, a necesitar la mano a la que aferrarme para afrontar el último trayecto, y no es la mano del medium que pretende conectarne con Dios.
Necesito aferrarme directamente a su mano, porque temo que aquella a la que me aferre, esté absolutamente vacía.
He descubierto que no necesito imaginerías, ni iconografías, ni ritos, ni liturgias, ni representaciones…
He descubierto que en lo más profundo de mi pensamiento está Él. Sin resplandores, ni luces blancas, sin triángulos, ni onubes blancas conformando imágenes…
Lo siento y lo necesito. Lo vivo y lo deseo. Es una fuerza indescriptible que entibia mi pecho que hace que me sienta seguro, haciéndo que mis temores se disipen…
Sí, siento que Él me da seguridad, compañía, entereza, valentía, sosiego, paz, esperanza…
Yo se que está conmigo y sabiendolo como sé, me siento tranquilo aunque a veces mi mente se inunde de dudas, incluso a veces alimente mi titubeante agnosticismo.
Y sabiendo que no me dejará, solo le pido que no me permita distracciones, ni dudas, ni vacilaciones, ni elucubraciones, ni…
Lo siento, lo noto y no necesito verlo.
No, no es mi Dios humano, ni tiene formas humanas, ni se presenta bajo ninguna imagen creada por artistas imagineros, ni por óleos, ni pinceles, ni cinceles, ni pinceles.
No, no necesito verle, sólo sentirle, solo notarle en mis palpitos mentales, en los impulsos que genera el alma…
Porque ni los ciegos, ni los sordos, ni los mudos, ni los mancos… necesitan los sentidos, para poder sentirle.