No se caracterizan lo partidos políticos por ser un remanso de paz, donde los miembros de lo que ellos llaman el «aparato del partido», barones incluidos, sean un dechado de nobleza, lealtad y fidelidad.
Los partidos políticos nos tienen acostumbrados a ver como los miembros de sus ejecutivas se muestran siempre alerta, en constante vigilia, atentos a defender su parcelita de poder, mientras ansían ocupar la posición de su compañero, al que no dudarán pegarle un sartenazo en el momento que se distraiga.
A veces, más que sedes tienen loberas.
En los partidos políticos la lealtad y la fidelidad sólo se hallan entre algunos militantes y simpatizantes que demuestran elección tras elección una inquebrantable fidelidad, aunque a veces se manifiestan más como hooligans, que como afiliados comprometidos y unidos por la causa.
Ya pueden sus líderes cometer todo tipo de desmanes y tropelías, que ellos continuarán con su fidelidad monacal en defensa de sus héroes y heroínas.
Ya pueden los líderes de turno meter la pata, la mano, las partes nobles, el cazo o cuantas acciones punibles les vengan en ganas, que en las urnas, sus incondicionales fans, siempre depositarán la misma papeleta, la que sirva a la élite para mantenerse en sus poltronas y a sus servidores postrados a sus pies.
Nada que ver con EEUU, donde hay estados que practican la ley del péndulo, según favorezcan o perjudiquen sus intereses, según venga el viento, según el grado de cabreo, según les vaya en sus vidas.
Los «militantes a la española» votarán tapándose la nariz, entre arcadas, mirando para otro lado, tragándose sapos y culebras o engañándose a sí mismo…, pero votarán. Es el voto sacrosanto.
Ya tienen «mérito» los que votaron a Iglesias, Monedero, Echenique, Montero, Belarra, Errejón, Yoli, Rufián, Puigdemont, Colau, Otegui, Otra y demás tropa…
La fidelidad de sus rendidos fans es tan grande, que bien podría considerarse como un voto religioso, un compromiso eclesiástico, una cuestión de honor.
Y como ejemplo de todo esto y en plena actualidad, ahí tenemos a los partidos políticos convertidos en gallineros, en auténticos carajales, enfrascados en luchas fratricidas internas y en una constante reyerta con el resto.
Todos contra todos para al final defender el pesebre, la poltrona, el papeo, el escaño…, aunque sea en el grupo mixto.
Resulta vomitivo, nauseabundo, comprobar como decenas de miles de españoles viven en la desesperación dentro del auténtico fango, del trágico lodazal, del horror, la muerte y la desolación.
Estos politicastros y sus mayordomos se dedican a lanzarse improperios, descalificaciones, insultos y amenazas, usando como escenario cualquier medio de comunicación, mientras las calles son escenarios de tremenda desolación.
Mientras, siguen buscando cadáveres, encontrando bebés inanimados, restos irreconocibles…
Lo peor que le puede pasar a estos compatriotas valencianos es que las imágenes de las televisiones produzcan una horrorosa insensibilidad, unas escenas que tomen como una película de ciencia ficción.
No me extraña que la impotencia, la rabia y la indignación terminen en acciones violentas. Es lo que pasa cuando la impotencia nubla la mente.