La gente se empeña en juzgarnos sin tener el mínimo conocimiento de nosotros. Es un juicio donde el juez tiene ya la sentencia de culpabilidad sin saber absolutamente nada del reo. Un juicio donde no hay causa, ni vista, ni caso.
Hay gente que se entretiene en criticar nuestras formas de vida, condenándonos de forma inmisericorde. Es esa gente que se obstina en hacer cambiar nuestro pensamiento, porfía en afear nuestra conducta, e insiste en calificarnos, etiquetarnos y clasificarnos con el atrevimiento que ofrece la más absoluta ignorancia.
Esa gente no nos quiere libres, ni independientes, ni suficientes, autónomos, diferentes, ni anónimos…
Esa gente nos quiere sumisos, obedientes, entregados, amansados, clonados, adaptados, domados e integrados por capitulación manifiesta y, sobre todo, nos quieren preocupados y medrosos.
Lo más grave es que esa gente no ha vivido nuestras circunstancias, ni nuestros avatares, ni fracasos, ni es comprensiva con nuestros problemas. Nada, no sabe nada de nosotros, solo nos odia por impulso primitivo de su condición infrahumana.
No han recorrido nuestros caminos, no han vivido nuestras experiencias, ni han estado cerca de nuestras vidas… Ni soportado nuestras penurias, ni nuestros delicados estados de salud… Nada, son unos auténticos extraños que seguían por un instinto maléfico.
Esa gente se empeña en dirigirnos, en trabajar donde ellos quieren que trabajemos, en hacernos creer lo que ellos creen, en obligarnos a divertirnos donde ellos decidan, cómo cuándo y con quién. Nos quieren convertir en rebaño para así podernos conducir fácilmente a su aprisco.
Esa gente pretende imponernos sus ideas, sus doctrinas, sus credos sus dioses, sus demonios, sus fibias y sus fobias…
Y todo ello sin haber sufrido lo que nosotros hemos sufrido, llorado lo que nosotros hemos llorado, ni padecido la ausencia de quienes hemos querido…
¡Ay! ¡Esa gente! Qué difícil nos hace esa gente ser sociables, vivir en sociedad, disfrutar la libertad, elegir sin presión, caminar por la senda que nosotros elegimos, o dejarnos construir nuestro propio camino en busca de la meta a la que aspiran nuestros sueños.
Sólo nos faltaba que esa gente no nos deje soñar o manipule lo que mantiene vivos nuestros anhelos…
Al final construimos nuestro castillo en el que nos disponemos a soñar sin que nadie lo pueda impedir.
El camino que recorre nuestra familia es donde nos hallamos nosotros para guarecernos en tiempos de tormentas, tempestades y vendavales…
Nosotros necesitamos esa otra gente dispuesta a compartir momentos de dicha y felicidad en tiempos de bonanza.
Mientras tanto, déjennos ondear nuestra bandera blanca, no como señal de rendición, sino con afán de paz sin ambages, ni condiciones, ni exigencias.
Pero tal vez todo esto sea mucho pedir, que ya sabemos que por el hecho de vivir hemos de pagar peajes.
Un impuesto que nos imponen los malos que les permita saciar su maldad.