Es lo que siempre pidieron los padres del comunismo a sus fieles clientes los pobres.
Hay que mantener viva la esperanza para que los pobres crean que pueden dar la vuelta a la tortilla con respecto a los ricos.
Hay que mantenerles la ilusión a los pobres de poder repartirse la riqueza de los ricos a través falsas revoluciones.
Los comunistas piensan que los ricos son unos panolis a los que se les puede birlar la riqueza acumulada metiéndoles las manos en el bolsillo, como si los ricos llevasen dinero en la cartera…
Son los pobres lo que están expuestos a que cualquiera les pueda robar lo poco que llevan para pasar el día.
En el manual del buen comunista figura la máxima: «Repartámonos lo ajeno, preservando lo nuestro a fin de quedarnos con todo».
Durante siglos la parte más desfavorecida del pueblo, los pobres, fue abducida por vociferantes arengadores, por charlatanes de viscerales discursos, por falsos predicadores de justicias sociales, empapados en almíbares doctrinales y embadurnados de tesis alcanforadas.
Los pobres siempre fueron seducidos por falsos obreros de anacaradas manos y refinados paladares, dispuestos a comerles el oído con soflamas emocionales que enervasen su adormecido espíritu.
Fue el paso del tiempo el que les condujo hasta el grupo de los eternos desheredados, los más débiles, los menos instruidos y, por tanto, los más indefensos, ante los engaños de oradores, arengadores, demagogos, vocingleros, vividores y verborreicos de académicas filosofías de barrio marginal.
Como curiosidad recordemos a Karl Marx, aquel reconvertido al comunismo, que pensaba una cosa y predicaba la contraria, mientras vivía como un potentado.
Marx se comportaba como un truhan y trataba a las mujeres como trofeos de oscuros deseos.
Por un lado, proclamaba su lucha contra la opresión que ejercía el capitalismo, defendiendo a las clases obreras, y por otro, se entregaba a la opulencia, a solazarse con concubinas y criadas de su corte republicana, sobreviviendo entre sus numerosas deudas, adquiridas a través de su vida licenciosa, despilfarrando y dilapidando ingentes cantidades de dinero en alcohol, juego y burdeles de «cierto nivel intelectual.
No estaría de más leer la vida y milagros de aquellos «prohombres» del Siglo XIX, sus doctrinas y su «magnífico feminismo».
Los supuestos defensores de los pobres, no son precisamente unos generosos altruistas, son en realidad profesionales instalados en sus cómodos cuarteles de verano.
Son los líderes de siempre, disfrazados de progres para mejor atraer a los pobres, a los oprimidos, a los abusados, para poder vivir de ellos, y para que se note su presencia, el escenario, el atril, la tribuna, la tarima y su público, los sempiternos desheredados de la fortuna.
Es su liturgia, el rito y la bullanga, el vocerío, el puño en alto, la hoz y el martillo como armas del obrero metido a salvador…
Y en los palacios del pueblo caviar, vodka y champagne.
Nada que ver con la otra corriente, la que representa el sueño del luchador que consiste en el trabajo, el esfuerzo, la excelencia, el afán de superación, progresar…, y, sobre todo, sacrificio.
Es la exaltación del triunfo dónde el más pobre puede salir de la miseria rechazando utopías, pudiendo aferrarse a sus ansias de prosperar, para así intentar llegar al éxito.
Porque la riqueza, o es una maldición, o la maldición es la pobreza.
Y llegado el momento se fueron reduciendo los pobres en muchos territorios, llamados el primer mundo, desterrando la miseria y creando bienestar, sin luchas, guerras callejeras, enfrentamientos civiles, ni creando el odio entre clases.
De siempre los fabricantes de pobres se aseguraron su sustento repartiendo miserias, originando violencias y enfrentamientos, para así poder quedarse con el bienestar, el confort y el poder.
Y para que todo fuese más creíble crearon la sociedad plana, la sociedad estanca e igualitaria y a eso le llamaron comunismo.
La Historia de la Humanidad nos ha demostrado que los ricos no son una raza, ni una etnia, ni una casta, ni un alimento…
Ellos son el resultado de un cúmulo de circunstancias, todas ellas plenas de luchas y de bonanzas.
Un amigo mío siempre dice que el comunismo es una gran serpiente que al perder su ubicación termina por devorarse a sí misma.
Sus dirigentes se caracterizan por practicar el canibalismo entre ellos. Y para hacer valer está teoría sólo hay que analizar el comportamiento del que están haciendo gala estos días, este pintoresco, variopinto y peculiar comunismo a la española.
Y es que los ciudadanos se han dado cuenta que el principal alimento del comunismo es la ignorancia y de eso se siguen valiendo los espabilados.