Nuestro carácter pacifista no nos permite entrar en debates, discusiones o controversias que deriven en cualquier tipo de violencia.
La Política y la Religión tienen el peligro de hacernos perder las formas, las maneras, la educación y el respeto por aquello de estar conmigo o contra mí.
En política y religión no hay términos medios, no hay medias tintas, hay imposición, intolerancia y castigo.
Mezclar ideología y religión es lo que nos llevó a los españoles a una guerra civil donde cientos de miles de compatriotas perdieron la vida tratando de imponer los unos a los otros sus creencias, ideologías y doctrinas.
Sin pretenderlo, con nuestras encendidas afirmaciones y sentencias, podemos importunar, zaherir o incomodar a quienes piensen de distinta manera y no estén dispuestos al diálogo, el debate y a intercambiar, relativizar ideas, conceptos y pensamientos.
En nuestros entornos familiar, social y laboral, coexisten todo tipo de tendencias ideológicas y doctrinales, y todos ellos tienen las ideas muy claras, toman sus propias decisiones, muestran sus simpatías en plena libertad y comulgan con distintas tendencias. Todas ellas legítimas, respetables y perfectamente elaboradas con arreglo a sus formaciones, circunstancias y vicisitudes.
Lo que nunca debiéramos olvidar es que el respeto y la tolerancia deben presidir todos nuestros actos por mucha pasión que el momento nos imponga o por muchas justificaciones que encontremos.
Por mucha influencia que el político o líder espiritual nos traslade aprovechándose de nuestra vulnerabilidad.
Ellos viven de nuestros estados de ánimo, de nuestras frustraciones, agresividades y adversidades y tratarán de sacarnos de quicio para obtener así los recursos que les garanticen vivir durante años prometiendo lo que no pueden conceder.
No nos podemos permitir incomodar con nuestros comentarios, con nuestras encendidas soflamas, con nuestras opiniones partidistas, ni con manifestaciones agresivas, ya que con ello estaremos obligando a los demás a aguantar nuestras descalificaciones, impertinencias, arrogancias y partidismos; o por el contrario, dinamitar su capacidad de aguante y dinamitar su, a veces, contenidas formas a punto de estallar.
Nuestro principio de libertad, el nivel intelectual y formativo, nos dice que nadie debiera dejarse arrastrar, manipular o agraviar por las ideologías de los demás.
Y el que sucumba a sus bilis, fobias, iras, venganzas, traumas y frustraciones, que sucumba solo sin la necesidad de arrastrar a nadie consigo.
Y como recuerdos que nos sirvan de freno, crucifixiones, hogueras, lapidaciones, garrote vil, patíbulos, guillotinas, tiros en la nuca y fusilamientos al amanecer.
Sólo los que se muestran firmes en sus convicciones sin airearlas, ni exhibirse pueden estar a distancia de ciertos peligros.