En uno de mis cotidianos paseos en compañía con mi nonagenario amigo Ángel, volvió contarme su vida por enésima vez y como siempre, yo me hacía de nuevas.
– Mira Enrique, me empezó a contar, con apenas seis años admiraba a mi vecino Adrián por su enorme habilidad para hacer objetos de palma, pleita y esparto.
Siempre me dije, que sería inmensamente feliz si algún día era tan hábil como él, haciendo bolsos y alfombras, así que me ofrecí de aprendiz.
Sin darme cuenta y recién cumplidos 14 años, me convertí en un experto trenzador, e inmediatamente ansié tener mi propia línea, mi propio estilo, mi propio sello.
Con apenas veinte años tuve un éxito sin precedentes en la Feria Internacional de Artesanía de Toledo.
Y allí, en uno de los stands, conocí a una chica guapísima, una auténtica princesa, e inmediatamente pensé que mi máxima felicidad sería casarme con Beatriz, bella y delicada como una flor, perfumada como un clavel, luminosa como una estrella…
Siendo muy jóvenes nos casamos, bueno ella casi una niña…
Y ya con ella, empecé a soñar en compañía y eso nos llevó a inaugurar la mejor tienda de la ciudad…
Tras años de intenso trabajo, conseguimos crear una cadena de tiendas de moda…
Y en esa vorágine, entre sueños y realidades, logramos darle estudios a nuestros cuatro hijos que multiplicaron por cien nuestras empresas…
Y mientras soñábamos, cosechábamos éxitos uno tras otro, hasta el punto que los éxitos formaban parte de nuestra existencia…
Eran tan enormes y consecutivos los éxitos, que no supimos detenernos para recrearnos en las metas conseguidas, a veces ni siquiera imaginadas.
Y se nos olvidó vivir… Se nos olvidó disfrutar de nuestra buena estrella, complacernos en el amor que el destino puso a nuestra disposición y en disfrutar de todo lo que la diosa fortuna nos tenía reservado.
Más un día el destino me castigó de manera cruel… Lo que más quería en la vida, lo que adoraba con tanta intensidad que hasta me dolía se fue para siempre…
Una enfermedad arrancó de mi vida al ser más extraordinario, más sublime, más tierno del mundo, mi querida Beatriz…
Y ahora, ya en la ancianidad descubro que la felicidad no estuvo en la consecución de metas, porque las metas son tan efímeras que sólo están para marcarnos la próxima…
La felicidad se hallaba en todo el trayecto, en el esfuerzo, en el sacrificio, en las dificultades, en detenernos para saborear nuestros logros, en dar gracias por lo conseguido, no en las metas alcanzadas. En vivir la vida.
La felicidad se hallaba en la lucha, no en la victoria. La felicidad se hallaba en el desarrollo, no en el epílogo…
La felicidad estuvo llamando a mi puerta constantemente, pero yo estaba ciego de éxito.
La felicidad se cansó de esperar la ocasión de decirme que aquella princesa de la que me enamoré, había sido llamada por quien creyó que la necesitaba más que yo, siendo que desde aquel día fatídico me lanzaron al infierno en plena vida. Llevo muchos años penando, aunque me mantiene en pie la idea de encontrarme pronto con ella…»
Seguimos paseando y tras unos instantes de silencio, miré de soslayo a mi amigo Ángel y al verlo llorar me produjo una profunda tristeza…