Los ventajistas de frágil y selectiva memoria, los cobardones de finísima epidermis, los insoportables listillos, los insufribles egoístas, los inaguantables soberbios, las plañideras de ocasión…
Los aprovechados, los insolidarios, los hipócritas, los chulos, los impertinentes, los sabelotodo, los falsos predicadores, los embaucadores, los sádicos, los incívicos, los violentos, los vendedores de falsos dioses…
Los impertinentes, los groseros, los maleducados, los elucubradores, los ventajistas…
A toda esa gente, pecado de nuestros pecados, con los que la vida nos castigó por culpa de ese peaje que debemos pagar los que queremos pasar de puntillas sin llamar demasiado la atención…
A esas bacterias que han tomado cuerpo para castigarnos sin misericordia alguna, sin haberlos invitado a nuestra vida…
A esos azotes que habitan entre nosotros y se confunden entre la gente, son los encargados de amargarnos la existencia.
A esa gente que ha nacido con el único objetivo de molestar, de fastidiar, de fustigarnos sin ningún motivo aparente, siendo incapaces de vivir su vida, porque su vida les aterra, queriendo por ello adherirse como sanguijuelas a la vida de los demás, les pediríamos muy encarecidamente, que siendo reconocidos como rémoras sociales, nos permitan a los ciudadanos corrientes vivir sin la angustia y la desgracia de tener que soportarlos a cada instante, sufrirlos cada día y aguantarlos a todas horas.
Por favor, no se fijen en nosotros, tráguense sus propias bilis y márchense, prometiéndoles que no los echaremos de menos.
Esos malajes son el verdadero castigo venido a través de aquella manzana que dio origen al injusto, ilógico y ridículo pecado original cometido por nadie y supuestamente padecido por todos. Que se lo pregunten a los simios.