El coleccionista de carnés de afiliados

Tuve un buen amigo, tristemente desaparecido, que le dio por afiliarse a varios partidos políticos a la vez, y con toda naturalidad mostraba el carnet correspondiente según la ocasión le fuera propicia.

Un día le pegunté el motivo de tanta exhibición y él sin inmutarse me dijo:

Querido, siempre tuve la misma ideología, creo que  mi problema radica en que no supe decir que no.

De esa costumbre mía de decir siempre que sí a mis amigos, vienen todos estos carnés y créeme que esto a veces me reporta alguna satisfacción, aunque debo reconocer que me cuesta una pasta.

El único que no tengo, ni tendré es el de comunista, por una razón, porque nunca tuve un amigo comunista convencido, consecuente, tal vez porque no tenía muy claro lo que significaba ser comunista. Tal vez porque los comunistas que he conocido eran simplemente unos aprovechados y con un desacertado egoísmo. Lo tuyo es para todo y lo mío es para mí.

Los comunistas que conozco piensan una cosa por la mañana, dicen lo contrario por la tarde y hacen lo contrario de lo que dicen y piensan por la noche. Son la pura contradicción.

Se comportan como comunistas intermitentes y no les cuesta nada, porque muchos, por no estar, no están ni al corriente de pago.

Resulta que cuando una persona acepta afiliarse a un partido político debe ser consciente que a cambio del carné que le otorga su condición de militante, debe pagar una cuota que le dará derecho a algunas cosas que a veces no tienen demasiado claras y que en estos momentos no nos detendremos a explicar.

El carné de afiliado, como escribíamos ayer, debiera obligar a ser fiel a una causa, y defender unas ideas.

No sé por qué mecanismos me viene a la memoria cómo llamaba el cobrador de la compañía  de decesos a la puerta de la casa de mi abuela.

Mi abuela desde el interior del zaguán preguntaba voz en grito, pensando que todo el mundo era sordo:

– ¿Quién es?

Y el cobrador respondía:

– ¡La muerte!

Y salía mi abuela con su monedero y a cambio del ticket de Santa Lucía se otorgaba el derecho de ser enterrada dignamente cuando palmase. Derecho que se reducía a un féretro, un responso, una corona con «tus hijos no te olvidan» y un funeral con misa incluida.

Lo del recibo de «la muerte» se hacía casi publicó puesto que todos los vecinos se enteraban dada las veces que daba el del seguro y la respuesta de mi abuela  extremeña, ya que la otra abuela, la canaria no le daba la gana tener seguros de ningún tipo.

Decía:

¿Yo pagarme mi entierro?

¡Que lo paguen mis herederos!

¿Qué no lo pagan…?

En 96 años que tengo aun no vi a ningún muerto sin enterrar…

Y volviendo a mi amigo, recientemente fallecido, recuerdo cual fue su respuesta cuando le pregunté si le compensaba tener amigos que le presionaban para afiliarse a su partido sabiendo que aquel carnet no le iba a reportar ninguna ventaja…

Entonces mi ya difunto amigo me respondió:

¿Sabes cuántos años lleva mi abuela pagando su seguro de vida?

Yo le contesté

-¡Toda la vida!

Y él me precisó

-Tantos, que ya se debe haber pagado seis entierros. Lo mismo me pasa a mí con el carné de los partidos, que valen más que el propio partido.

Fíjate que sigo pagando a Ciudadanos.

Enrique García-Moreno Amador

Presidente del Ateneo de Ocaña

Escritor y amante de Ocaña y su historia

Tags: El Atril de Enrique García-Moreno

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Enrique García-Moreno Amador

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