El Club Villena CF, antaño el orgullo de una ciudad que vibraba al unísono cada domingo, hoy agoniza bajo las sombras de una directiva que parece haber olvidado el alma de la institución. Fundado sobre los valores de unión, esfuerzo y arraigo local, el Villena CF fue durante décadas el corazón de una comunidad que veía en su estadio un lugar donde todos eran uno.
Sin embargo, los días de gloria parecen un eco lejano. Con la llegada de una academia holandesa que ha tomado las riendas del primer equipo, los jugadores locales han sido relegados, muchos de ellos empujados a buscar otros horizontes. El césped del estadio ya no vibra con las pisadas de aquellos chicos que crecieron soñando con defender los colores del Villena CF. En su lugar, un elenco de desconocidos pisa el terreno, desconectados de la historia y el sentimiento que representan esas camisetas.
La directiva, cegada por promesas de modernidad y supuestos éxitos a corto plazo, ha roto el lazo más importante: el que une al club con su afición. Las gradas, que antaño rugían con cánticos y pasión, hoy se ven desiertas, reflejo del descontento de un pueblo que siente que le han arrebatado su identidad futbolística. ¿De qué sirve el progreso si se construye sobre el olvido de las raíces?
El Villena CF no es solo un club; es un símbolo de identidad, una bandera que une generaciones. Si la directiva no recapacita, el daño podría ser irreparable. La historia está manchada, pero no todo está perdido. El primer paso debe ser devolver el protagonismo a los de casa, escuchar a la afición y recordar que el fútbol, más que negocios, es emoción, orgullo y pertenencia. Solo así, el Villena CF podrá renacer.
