Cual adolescente malcriado y consentido Sánchez se ha sentido profundamente herido en su desmesurado ego, lo mismo que los demás han sufrido en silencio idénticas acciones.
Lo sintieron en sus carnes Suárez, González, Aznar, Rita Barberá, Bono, Ayuso, Zapatero, Huertas, Guerra, Carmena, Oltra… Felipe VI.
Sintieron cómo se metían en lo más íntimo de sus vidas y con sus seres más amados, incluso con sus hijos, y lo llevaron con la templanza que da el señorío, frente a los francotiradores capaces de poner en entredicho la honra y el honor de los demás.
Lo sufrieron presidentes de EEUU, Francia, Inglaterra, Italia, Portugal… y muchos más, y todos ellos sufrieron las consecuencias del acoso y derribo de los medios de comunicación y de ellos mismos, la casta politica, que se debatían entre dentelladas como encarnizados caníbales.
Pero Sánchez se había colocado en la estratosfera y ya no caminaba poniendo los pies en la tierra, él ya levitaba y es que, acostumbrado a las aeronaves, le costaba trabajo regresar a la calle, aquella que era su hábitat natural, aquella que le encumbró.
Se había elevado tanto, que ni siquiera estaba en las nubes, como lo estuvieron Zapatero o Rajoy, él creía estar en el Olimpo.
Sánchez se rodeó de mediocres y de «mediocras», que le aclamaban como a un César, como un cíclope, como una deidad.
Se rodeó de halagadores y pelotas que le escuchaban embelesados, obnubilados, encandilados y embobados.
Mas, de pronto, se sintió herido en su orgullo, en su elevada estimación personal, en su desmesurado amor propio y en un arrebato infantil, de niño malcriado, escribió la carta más desafortunada que un político de su talla se puede permitir.
Ahora sólo le queda dimitir… por coherencia, por dignidad, por orgullo… Sánchez podía haberse cogido unos días de descanso e irse a La Mareta, a Doñana o, a los Quintos de Mora.
Allí se relajaría, se olvidaría del ruido mediático, se apartaría del foco de los medios y regresaría con la frescura necesaria para seguir con su complicadísima tarea…
Tanto viaje por Europa le hizo autoproclamarse adalid de la causa palestina. Tanto afán de protagonismo le llevó a negociar cosas innegociables, porque no supo darse cuenta que estos políticos se han convertido en mercaderes de zocos, ferias y mercadillos.
Y tanto ajetreo le ha pasado factura, tanto, que emocionalmente se ha venido abajo y de pronto se ha dado cuenta que tanta mediocridad a su alrededor le ha servido para sentir una soledad que le ahogaba por momentos. Porque los pelotas al final se hacen insufribles.
Él mismo se metió en lo que aparentemente le ha afectado. Acusó a la mujer de Feijoo o la familia y novios de Ayuso casi de lo mismo por lo que él se ha visto afectado.
Mi admiración por aquel Sánchez que se metió España en el bolsillo se ha tornado en una profunda decepción, en una caricatura de sí mismo, en una sombra del luchador que fue. Y ahora los que compraron su Manual de Resistencia qué hacen… ¿Lo devuelven?
Nunca sabré cuál es el auténtico Sánchez, si aquel intrépido guerrero, o con el de la oscura imagen de hombre abatido, cabreado, irritado, desautorizado y contrariado de adolescente consentido.
Ahora solo le queda la opción de darse un baño de masas rodeado de sus incondicionales, que le pondrán decenas de autobuses y banderitas, blandiendo murales con du foto de su galán exhibiendo su apostura; una pactada moción de confianza, o dimitir y quedar como un mártir a manos de sus despiadados enemigos.
Claro que dimitir por amor podría ser suficiente para pasar a formar parte de la Historia de España. Ya tiene tema Almodóvar.
Y es que lo que nunca imaginé ha quedado en evidencia, que Sánchez tuviese la piel tan fina, tanto como la de un tomate maduro.
La sombra de Felipe González Márquez es cada vez más alargada, muy alargada.