Nos pasamos la vida tratando de encontrar la felicidad y no se nos ocurre otra cosa que buscarla en restaurantes de lujo, en joyerías exclusivas, en boutiques glamurosas, en cruceros de ensueño o conduciendo automóviles de alta gama…
Buscamos la felicidad en suntuosas salas de conciertos, en islas paradisíacas, en museos internacionales o en hoteles de seis estrellas…
Consumimos nuestra existencia buscando la felicidad en el dinero, en el poder, en viviendas exclusivas…
Y al final de nuestras vidas, al final del camino, hartos de buscar y no encontrar una felicidad en el lujo, en la ostentación, en la exclusividad y en los más excelsos placeres, nos damos cuenta que la felicidad la teníamos tan cerca de nosotros, tan íntimamente unida a nosotros, tan al alcance de nuestras manos, que no nos dábamos cuenta que la felicidad la teníamos sin saberlo.
Tener ganas de reír y poder reír. Tenes ganas de llorar de felicidad y poder llorar. Tener ganas de sentir y estar llenos de sentimientos. Tener necesidad de amar y poder amar. Tener sed y poder beber. Tener hambre y poder comer. Desear andar y poder pasear. Tener ganas de hablar y tener con quien hacerlo. Tener ganas de dormir y dormir plácidamente…
Tener ganas de acariciar y poder acariciar, desear pensar, recordar, escribir, comunicar, vivir… y poder hacerlo sin que nada ni nadie que nos lo pueda impedir.
Estas pequeñas grandes cosas, a las que no damos importancia, hacen de nosotros unos seres privilegiados y por tanto inmensamente felices.
Y solo cuando no podemos disfrutar de estas pequeñas grandes cosas, es cuando nos damos cuenta que la felicidad formaba parte de nuestras vidas, sin darnos cuenta que ya la disfrutábamos sin saberlo, incluso pudiendo descansar con el alma serena, con la conciencia tranquila, la paz en el espíritu y estando libres de cualquier deuda que tuviésemos contraída con alguien por muy leve que esta fuere.
Y sabiendo que la felicidad convive con nosotros, solo nos queda reconocerla para no seguir buscándola infructuosamente.
Y es que para ser felices solo tenemos que saber descubrir en qué lugar de nuestro corazón se halla… En qué rincón de nuestra alma vive…
En respirar pausadamente, plácidamente, sabiendo que ya se van quedando sin aire nuestros pulmones…