Nunca pude imaginar que tras pasar por mil vicisitudes, privaciones y todo tipo de penurias, los que llevamos años viviendo con mesura, sobriedad y justeza, tengamos que ver todo tipo de tropelías producidas por estos insufribles mediocres, que nos creen batracios con temperamento de amebas.
A cada instante, estos individuos que presumen de ser nuestros dirigentes, se arrellanan en los cada vez más devaluadas poltronas con la pretensión de representarnos en sesiones televisadas de teatrillo de aldea, poniendo en escena una burda parodia, donde se enfrascan en diatribas dialécticas para su íntimo disfrute, complacencia y deleite.
En la última sesión, en «solidaridad» con el pueblo valenciano, suspendieron el pleno a excepción de la prioritaria, importante, inaplazable y vital tarea de manejar, ocupar, controlar y dirigir tve.
Esta gente se ríe, se jalea, patean, se aplauden, abuchean, se muestran entusiasmados, cabreados, felices, ofuscados, alterados, y todo sin mostrar el mínimo rubor por su burda representación.
Y no lo hacen gratis, ya que estos artistas se llevan magníficos sueldos, más dietas de transporte, alojamiento pensión completa y encima están aforados de cualquier tropelía, como llevarse a la querida de viaje oficial.
Aquí, en Jauja, los jueces juegan a ser políticos, los políticos a ser jueces, los banqueros piden préstamos a fondos perdidos, los sindicalistas juegan a patronos, las mujeres quieren ser hombres, los hombres mujeres, los de los extremos se citan en el centro para darse palos a mansalva, los independentistas quieren asfixiar a los dependentistas, los nacionalistas desean anexionarse todo lo que pillen en su derredor y los separatistas pretenden integrarse en Europa a media jornada a través de sus republiquitas de la Señorita Pepis.
Gentes cómo éste que suscribe les pediríamos encarecidamente que no abusen más de nosotros, que trabajen un poco, aunque sea un poquito, un poquito solamente… pero no vamos a ser escuchados, porque ellos saben de nuestro masoquismo.
Venga, salgan de sus chiringuitos como los grillos de sus escondrijos y produzcan algo, algo que ayude a llegar a fin de mes a trece millones de españoles practicantes de este obligado Ramadán civil.
Venga, hagan un esfuerzo, aunque al final tengamos que curarle sus delicadas manitas acostumbradas a hacer filigranas y malabarismos con sus bolígrafos bic y sus tabletas repletas de videojuegos.
Y es que puestas así las cosas, muchos preferiríamos una invasión de garrapatas, ladillas, liendres, chinches y demás animales de compañía, sabiendo que con zotal el asunto se solucionaría.
Ver cómo se echan la culpa unos a otros por la terrible tragedia de ver las morgues repletas de cadáveres, sin que esta tropa muestre unidad de criterio como hacen miles de ciudadanos que cada mañana, en un desfile de silenciosos voluntarios, van a ofrecerse para lo que sea menester.
Todos miran el nivel de alarma, la fase de actuación o el protocolo en cuestión para poder prestar ayuda dentro de un insoportable legalismo institucional que está ahogando a los supervivientes.
No se ven por las calles, entre el fango, la ruina, el horror y la desolación, a estos bocazas que solo muestran su solidaridad tocándose sus partes nobles allá en las moquetas de sus despachos donde celebrar sus francachelas.
Y para no enervar a sus fans me abstengo de relacionarlos de entre esos 650 señoríos y señorías que pueblan las poltronas instaladas en los graderíos del teatro de Manolita Chen.
Aquella magnífica y prodigiosa transición ha desembocado en esto y las urnas muertas de risa