La noticia de la doble personalidad de nuestro recién aparecido protagonista abusador al estilo Hombre lobo, Drácula, o Doctor Jekill, ha conmocionado a una variopinta extrema izquierda, que se había adueñado de todos los pseudo movimientos feministas de la lucha por la igualdad y de la defensa de las mujeres, sumiéndola en un caos doctrinal, en una hecatombe ideológica y en una profunda crisis en su peculiar concepción de la democracia y la libertad.
Por un lado el comportamiento de los machos y por otro, la sumisión de sus hembras.
Por un lado el sublime y demoledor patriarcado y por el otro la sufrida esclavitud de su siempre devaluado matriarcado, un matriarcado muy particular, curiosamente sui géneris.
Es la prepotente postura del macho que compra y la hembra que se vende.
Es el el eterno dilema del que prostituye y la prostituida. Del que va sobrado y de la necesitada.
Es el nauseabundo poder del hombre encumbrado frente a la deprimente debilidad de la mujer que han puesto al descubierto los energúmenos de la casta política más denigrante y bárbara.
Y cuando todo esta podredumbre les estalla en el bajo vientre, se quedan groguis, inanimados, petrificados e idiotizados…
Y es que sabiéndolo todos se sentían seguros de la impuesta discreción de «sus» hembras.
¡Qué poco conocen esta purrela a la inmensa mayoría de las mujeres!
Creen que todas las mujeres son como las que se rinden a los encantos comunistoides de estos animales encelados de tres al cuarto, o de las que sintiéndose ultrajadas quedan aterrorizadas ante el poder de estos depredadores.
Se sentían tan seguros que ya habían perdido la vergüenza, el pudor, la moral y la hombría, sintiéndose muy por encima del bien y del mal.
Cualquier sitio era bueno para abalanzarse contra la pieza a cobrar a la que creían indefensa.
Del sí es sí y de ir sola y borracha, a la agresión, la violencia y el horror.
Resulta patético ver cómo se defienden, cómo se excusan, cómo se justifican, cómo se sacuden de encima sus propios excrementos.
Eso sí, ante sus soflamas, sus mítines, sus discursos y emocionales y grotescas diatribas se sentían abducidas.
Es verdad que los energúmenos no tienen ideología, pero a veces la hipocresía es un tremendo agravante. Sinceramente, hoy sentimos un asco nauseabundo ante esta pléyade de violentos miserables.