Desnudo Integral

Se ha puesto de moda el montaje de todo tipo escenarios donde se puedan airear nuestras vidas, usando como plató las redes sociales. Es la exhibición,»on line» de nuestra intimidad. 

Ahora todo lo fotografiamos, filmamos, grabamos y difundimos al instante, haciéndoles partícipes a los demás nuestros afectos, nuestras cuitas, comidas, efemérides, estados de ánimo, frustraciones, e incluso una desordenada exhibición de nuestras viviendas y de nuestras costumbres.  

Es como derribar la tabiquería de nuestras casas y colocar enormes cristaleras sin visillos, dejándolo todo a la intemperie y a la libre visión del desconocido y virtual vecindario.  

Es la exaltación del voyerismo. 

Nada que ver con nuestra tradicional discreción que representaba la defensa de nuestra intimidad. 

Ahora inundamos con nuestras fotos más atrevidas y desinhibidas las redes sociales, con mohínes, gestos y todo tipo de posados, como si nos hubiese invadido el síndrome del más puro exhibicionismo. 

Exhibimos a nuestros hijos y nietos con el ánimo de hacer partícipes a los demás de nuestro ámbito más íntimo, invitándoles a ellos a hacer lo mismo y de esta manera hacer posible que cualquiera pueda confeccionar un álbum a todo color de nuestras vidas en ese mercado donde todo se airea, donde todo se vende y se compra. 

Y luego vamos y nos quejamos cuando alguien aventa nuestras intimidades con el ánimo de ridiculizar nuestro desmesurado afán de protagonismo. 

Todo es motivo de una exhibición, donde las luces de neón iluminan nuestros sentimientos y dejan a la intemperie nuestras interioridades. 

Hasta publicamos cartas de amor dirigidas a nuestros seres queridos, dando por seguro que nos leerán todos menos el destinatario, que no es nuestro «amigo», porque si yo le escribo a mis nietos, expresándoles mis más nobles sentimientos de gratitud y cariño, resulta que ellos no son mis «amigos» de Facebook, porque según ellos Facebook es de viejos. 

He leído tiernas y apasionadas cartas de amor entre cónyuges con motivo de cualquier aniversario, en lugar de declarárselo en directo en el transcurso de una cena romántica en un restaurante de ensueño o una copa en una cafetería de postín. 

Desde muy pequeños ya nos familiarizamos con este espectáculo como forma de vida, incluso las niñas y los niños de hoy se mandan fotos comprometedoras, con desnudos, poses, actitudes y comportamientos, que podrían lamentar de por vida.  

Es el gran ventanal donde la exhibición sirve al depredador que se oculta cómo hace la alimaña de turno, esperando su momento. 

De ahí a la extorsión, la amenaza y el chantaje, solo un paso.  

Las redes conforman el gran escaparate donde mostramos nuestras 

intimidades para entregarnos a la innecesaria y desnuda exhibición que da el enfermizo placer al exhibicionista. 

Y como último ejemplo, el gran escándalo que se montó como consecuencia del beso de un patán, morreando a una futbolista mientras le aprieta la cabeza con las manos. 

Si no llega a ser por la tremenda difusión de las redes y el tremendo impacto informativo, el beso hubiese pasado absolutamente inadvertido, como en otras muchas acciones y comportamientos de mayor impacto. 

Es la nueva forma de vida mostrada en una pasarela virtual donde se desfila desnudo, ante la aviesa mirada del depredador confundido entre los voyeristas acomodados en busca del éxtasis. 

Es el resultado de la atroz dependencia a la que nos han condenado los esmarfones. 

Es la corrala infinita. Es el patio de vecinos abierto de par en par al mirón. Es el enfermizo ejercicio al que nos condena este nuevo narcisismo donde los selfies son los nuevos espejitos de la madrastra de Blancanieves. 

Definitivamente, hemos perdido el pudor hasta convertir nuestra vida en un enorme escaparate donde mostrar nuestras intimidades, incluso jugando con la de nuestros hijos y nietos, que de pronto se ven expuestos en las redes sociales por culpa de la irresponsable actitud del abuelo que no se para en barrera. 

Y ahora, perdónenme, pero tengo que sorprender a mis amigos con las fotografías de una fritura de pescado, unas patatas bravas, unos callos con garbanzos y una ensaladilla rusa que me acaban de servir en el chiringuito de la playa, con una jarra de sangría con dos sacos de hielos.  

Porque una cena íntima sin ser difundida en las redes sociales sólo se le puede ocurrir a alguien muy raro.   

Recuerdo aquel chiste donde le preguntan a un condenado a muerte si no le gustaría compartir la última cena con Ava Gardner. 

El condenado respondió: 

Para qué, si no se van a enterar mis amigos…  

Enrique García-Moreno Amador

Presidente del Ateneo de Ocaña

Escritor y amante de Ocaña y su historia

Tags: El Atril de Enrique García-Moreno

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Enrique García-Moreno Amador

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