Parece que haya pasado muchísimo tiempo del nacimiento de aquel revolucionario movimiento vecinal de los indignados que conmoviera España.
Al poco de las acampadas urbanas nació Podemos, ya como partido político bajo el absoluto liderazgo de Pablo Iglesias Turrión, todo un fenómeno social por su extraordinaria extravagancia y peculiar imagen de hippie trasnochado.
La realidad es que en enero de 2024 Podemos cumplió diez años de vida y parece que estén ahí desde el siglo XIX que es cuando se pusieron de relieve sus ideas.
Estos diez años han sido suficientes para sacar conclusiones de lo que ha representado Podemos en nuestra sociedad, ya que su evolución no ha mantenido ninguna dirección, tal vez tuvieran una meta, pero carecían del camino para llegar hasta ella.
Sus vociferantes, variopintos y efímeros dirigentes han dado cumplidas muestras de su bisoñez, de añejas ideologías, de una marcada inestabilidad y, sobre todo, de carecer de la mínima estrategia.
Eso sí, mostraron una rara habilidad para estar constantemente en candelero, gracias a unos medios de comunicación abducidos por el carismático líder que ofrecía horas de programación a precio de saldo.
Sus dirigentes no más de una docena, tan efímeros como sus ideas, siempre estuvieron a la gresca por ese afán de partido presidencialista, pródigo en directores espirituales, donde el pequeño dictador ejerce un absoluto dominio, un descarado autoritarismo y, sobre todo, un fuerte y marcado espíritu sectario.
Ellos memorizaron cuatro doctrinas de Marx, Stalin, o Engels… de los que aprendieron sus modos y sus formas, pero no supieron modernizar un pensamiento guardado en bolitas de alcanfor. Aquellos ideólogos del Siglo XIX nada tenían que ver con estos burdos imitadores, nacidos en las toperas de agostados campus universitarios
Del puñado de fundadores de hace apenas diez años, quedan algunas vocingleras a la deriva ahora varadas en Europa para sobrevivir unos años con un sueldo jamás soñado.
Hoy en la distancia, con cierta perspectiva se ve bien a las claras la realidad de Podemos, un grupo de jóvenes ya talladitos, con su rebeldía ya atenuada, su idealismo ya caducado y sus revoluciones ya amansadas, ahora entretenidos en programas del corazón y cantinas de barrios castizos.
Su trabajo consiste ahora en sacar eslóganes, sentencias, consignas y spots publicitarios, para cada día entretener a cuatro despistados que no se han dado cuenta que los perroflautas han vuelto con sus papis al barrio bien.
Lo que aún no he logrado entender es la cobertura que les siguen dando, tímidamente, eso sí, ciertas cadenas de radio, canales de tv y prensa escrita.
La inmensa mayoría de la sociedad se dio cuenta del juego incoherente, de su cambiante actitud y de su alocado comportamiento.
Al fin y al cabo, es todo lo que les queda y por tanto todo lo que pueden recordar con sentida añoranza mientras cantan «bellas chiaos» en tabernas del barrio de La Latina.
Y como último vestigio queda esa caricatura que muestra la insulsa Yoli, la versión femenina de Zapatero, ambos fieles representantes del más bajo nivel político de todos los tiempos. Es el resultado de una izquierda aguerrida, indomable, irreductible, ahora reconvertida en una caricatura…