Reconozco que a estas alturas negar la existencia de extremos representaría mi más absoluta ignorancia, además de ponerme de espaldas a la realidad.
A ver como decimos sin levantar suspicacias y evitar controversias, que la Yoli, la Beli o la Monti no son de extrema izquierda y el Abaski, el Garrigui, y el Terstch no están en el otro extremo.
Los medios de comunicación no se paran en barrera a la hora de etiquetar a los votantes de los diferentes partidos políticos, llamándoles con inquina, fachas y fascistas, a los unos, y rojos leninistas, troskistas a los otros.
La simpatía Física produce en la sociedad la inmediata eclosión y enfrentamiento entre extremos, con el peligro de la constante confrontación entre individuos que, careciendo de una sólida formación, oficializan el insulto como antesala a una violencia generalizada.
Parece como si los ciudadanos tuviésemos la obligación de explicar constantemente qué somos, pensamos, hacemos o empatizamos.
Hace años tuve una compañera en el sector de la Enseñanza que para defenderse de las tarascadas acuñó el término: «Como no soy río, me vuelvo cuando me da la gana». Y esa manera de proceder la hice mía, a costa de los inmovilistas, que, sabiéndose en el error, permanecen en él.
Y es que nosotros, los españoles, estamos condenados desde los Celtas y los Iberos a estar a mamporro limpio «per in sécula seculorum» por cualquier chorrada, llamada ideología, credo, doctrina o pensamiento.
Mientras los envenenados, adoctrinados, engañados, nacionalizados, sedados, amodorrados, abducidos y seducidos, siguen a la greña como corresponde a los tontos útiles del sistema.
Mientras tanto, este escribidor seguirá disfrutando de estas maravillas que el Gran Hacedor nos regaló, como es poder disfrutar del maravilloso tesoro que representa la VIDA.
Si dijese que me siento manchego no estaría diciendo toda la verdad, porque siento que soy de Ocaña habiendo nacido en Agüimes, Gran Canaria, criado en Sidi Ifni, Sahara, recriado en Badajoz, Extremadura y adoptado en Cullera, Valencia…
Y es que los que estamos acostumbrados a pagar todo lo que consumimos, no necesitamos que nadie nos regale o pague nada por el hecho de ser de aquí o allí. Es lo que tenemos los que nos sentimos suficientes no siendo de nadie y de todos.
Es por esto que mi independencia ideológica y terrenal me la tuve que ganar a pulso para después disfrutarla intensamente.
Y puestas asi las cosas, tengo que reconocer que me mantengo fiel al espíritu de la veleta, que lejos de luchar infructuosamente contra el viento, me dejo llevar por la brisa, disfrutando de los cuatro puntos cardinales sin más impulso que el que me ofrece Eolo, el dios de todos los vientos.