La invasión y posterior conquista británica que determinó el indeleble sello de la cultura anglosajona sobre EEUU, Canadá y Australia, nada tuvo que ver con el descubrimiento que protagonizamos los españoles con la América del Sur, Centro incluido.
La actitud de ambas potencias no fue la misma, ni la intención tampoco, ya que los británicos fueron con una estricta idea imperialista sobre tierras ya descubiertas; mientras que nosotros fuimos a evangelizar y posibilitar nuevas despensas para la vieja Europa.
Los ingleses ansiaban nuevas fuentes de riquezas, y los españoles territorios que regalar a la Corona y millones de posibles nuevos feligreses para hacer más grande el catolicismo.
EEUU y Australia conservan el característico sello anglosajón, y siendo más precisos, de los escoceses, irlandeses y galeses.
Una parte de Canadá, en cambio, se identifica más con Francia y eso les hace diferentes.
Tal vez Francia era más considerada y posiblemente estuviera a un nivel superior a los británicos, a los que acusaban de borrachines, pendencieros, bucaneros, piratas y gentes de poca moral. La influencia hispana y francesa nada tuvieron que ver con la británica.
Sin lugar a dudas España, Francia e Inglaterra, sin olvidarnos de Italia, se muestran en la actualidad más proclives a soportar una gran inmigración de ciudadanos llegados de muchos países por ser mucho más integradores.
Tal vez Europa esté perdiendo su identidad social, cultural y económica, para aparecer con otra concepción absolutamente diferente, con la llegada de inmigrantes de Asia, África y América, imprimiendo con esto una concepción social más plural, integradora y extraordinariamente rica en movimientos culturales.
En España, tal vez por su peculiar economía, se puede presentar algún problema, cuando la misma infraestructura que había para cuarenta millones de españoles, tengamos que repartirla entre cuarenta y ocho.
El problema se nos presenta cuando de esos ocho millones de inmigrantes, dos están en el paro, dos millones más dentro de una economía sumergida y otros tantos eminentemente temporeros.
Para muchos inmigrantes España sólo representa un medio, no un fin. En España aún se puede repartir bienestar, mientras que en los países donde existe una fuerte emigración se reparte miseria.
Hemos pasado de ser los que emigrábamos a recibir ahora en justa correspondencia.
Personalmente siento una especial simpatía por todos los que nos han elegido para compartir su vida, siempre que vengan con el ánimo de compartir, no de recibir a coste cero. Ellos no han dejado sus hogares, sus familias, sus raíces, sus amigos sus tradiciones y costumbres por gusto, sino por la necesidad de buscarse un futuro más halagüeño.
Nobleza obliga.