Mi edad y las circunstancias que la rodean hacen que de pronto me detenga para agradecer a quien no logro ver, ni siquiera imaginar en toda du grandeza… Al Ser Sublime que, sintiendo su presencia, notando su cercanía, sé que se encuentra junto a mí para ofrecerme el calor que entibie mi pensamiento.
Y una vez conseguida la impuesta quietud, doy rienda suelta a la necesidad de expresarle mi gratitud por haberme permitido llegar hasta aquí de la forma que lo he logrado. He conseguido gracias a Él estar lúcido, consciente, atento, despierto, apaciguado…
No sé por qué, pero algo me dice que he conseguido triunfar sin apenas haber ganado una batalla, sin haber vencido en ninguna contienda, soñó por benevolencia…
Hay algo que me dice que he de sentirme satisfecho por haber traspasado la línea de meta, más no sé en qué puesto, aunque presiento que no debo ser de los últimos, y, a decir verdad, de los primeros tampoco, porque el éxito no está en la posición, sino en el hecho de haber llegado.
Y ante la inmensa quietud del momento, me quedo absorto mirando un horizonte tan impreciso como indefinido.
Sí, reconozco que es un horizonte como todos los horizontes, tan lejano a veces, tan extremadamente cercano otras.
Es una sensación de callada quietud, de tenue serenidad, de profunda calma… Del silencio meciéndose en una mecedora de madera de árbol del manglar de aquella orilla bañada por la quietud.
Y cuando el más leve impulso me permite mecerme, me atrevo a susurrar:
Gracias por permitirme disfrutar esta bendita paz que me ofreces en vida.
Gracias por haberme librado de la encrucijada, donde la salud sigue luchando para seguir acompañándome noche y día, a pesar del desesperanzador diagnóstico.
Gracias por mantenerme al margen de inhóspitos avatares y difíciles encrucijadas.
Gracias por hacerme confiar ciegamente en mi buena estrella que tan generosamente me concediste hace ya tantísimos años.
Gracias por haberme librado de mi propensión de pretender enmendar tu voluntad derivado de mi profunda ignorancia al cuestionar tus designios.
Gracias por poner freno a mis impulsos, conteniendo mi habitual disposición de intentar ponerme en contacto contigo sólo en días de tormenta, sólo cuando la necesidad me acuciaba.
Gracias por concederme la oportunidad de haber vivido todos los años de mi vida sin sobresaltos, sin extremados sucesos.
Gracias por no hacerme caer en la tentación de hacer protagonistas mis dolores por encima del dolor de los demás.
Gracias porque mi conciencia no se haya deteriorado hasta convertirla en el reflujo de mis vísceras.
Gracias por no haberme soltado jamás de tu mano, a pesar de mi desaforado afán de querer caminar solo por caminos inhóspitos como consecuencia de mi estúpida soberbia.
Gracias por cada uno de los amaneceres vividos y por los que aún me tienes reservados, siendo cada uno de ellos un premio maravilloso.
Gracias por llevarme hasta el fin envuelto en esta paz, en esta calma, en esta serenidad que me permite soñar sin sobresaltos, que me permite vivir en ese mágico lugar que ocupan mis sentires, allá donde el alma se serena.