A veces la pérdida de la dignidad no se debe a un error puntual, a un hecho circunstancial o a un accidente fortuito, sino a un continuado proceso, donde nuestra conducta hace que nuestra honorabilidad la vayamos dejando a jirones.
A veces y de forma consciente nos jugamos nuestra bien ganada reputación, nuestra bien administrada honradez y nuestra integridad moral, en una acción sin apenas importancia, o en una operación de alto riesgo, según las circunstancias, donde sabremos, exactamente, el peaje a pagar por nuestra temeraria conducta.
Dicen que todo tiene un precio en la vida, el secreto radica en descubrir ese precio.
Esta afirmación tal vez no deba ser generalizada, para no parecer injustos con todos aquellos que dieron la vida en defensa de sus valores, de sus ideas, de su libertad, integridad, moral, pensamiento y dignidad.
No todos morimos después de habernos vendido alguna vez, porque a unos no les encontraron el precio, a otros, porque ni siquiera se lo preguntaron y a muchos porque carecían de ningún valor mercantil.
El precio de cada uno es absolutamente diferente, unos se compran con dinero, otros a través del poder, por el éxito, o por conseguir determinados favores…
Pero lo que nunca comprarán los habituales compradores, es salud, ni vida, ni tampoco un lugar en las estrellas.
Sin embargo los que vendieron su dignidad, venderán su alma en el mercado de ocasión.
En las estanterías donde se guardan nuestros más preciados valores están depositados el honor, la honra y la dignidad, siendo que lo mejor que nos pueda pasar, es que nadie se sienta atraído por conseguir ninguno de estos valores evitando así que les pongan etiquetas evitándoles la vergüenza de vender a precio de derribo.
¿Dignidad o Miseria? Ese es el dilema. ¿Honor o menosprecio?, esa es la elección. Lo mejor que nos puede pasar en la vida es que nadie descubra cuál es nuestro precio.