Ni sirvas a quien sirvió, por la enorme fragilidad que muestra nuestra selectiva memoria, proclive a olvidar con inusitada rapidez cuales fueron nuestros principios para de inmediato acomodarnos en nuestro próspero presente.
Si hubiera sido rico, de entre todas mis apetencias posibles, prescindiría de criados, sirvientes y mayordomos, tal vez por ser fiel a mí pretensión de vivir en la máxima intimidad, tal vez por mi sobriedad a la hora de mostrar mi modo de vida, tal vez por mi inclinación a que nadie me haga lo que sé hacer.
Los criados eran aquellos sirvientes por necesidad que los ricos tenían para todo tipo de «faenas» y los mayordomos, eran también sirvientes, pero de más alto nivel.
Los primeros, de ademanes toscos y rurales, pero serviles como ellos solos y los segundos, igual de serviles, pero refinados, ceremoniosos y elegantes.
En aquellos tiempos, no hace tanto, las clases sociales estaban tan marcadas, que los señoritos y los mal llamados adinerados se permitían el lujo de tener criados, muchos de ellos viviendo en condiciones no muy dignas.
Al final todo se reducía al encuentro entre la necesidad y el abuso.
La nobleza, banqueros, militares, clero y grandes empresarios, gustaban más de los mayordomos que de los sirvientes, como signo de distinción, refinamiento y poder.
La proliferación de criados, mayordomos y ayudantes de cámara constituyó un mercado laboral donde se daban todo tipo de circunstancias en aquella España donde la «gente de bien» se aprovechaba de la miseria, mientras se daban golpes de pecho los domingos en misa de una como preludio al vermú.
Tal fuera lo de aparentar, tener una buena condición social o un buen nivel económico, que era lo que primaba en aquella España de los abusados y abusadores, siendo los unos consecuencia de los otros. Porque no hay ricos sin pobres, ni pobres sin ricos.
Pero no todo eran ventajas para los señoritos, porque los quebraderos de cabeza les llegaban cuando criados, servidores y mayordomos eran despedidos, y sabiendo mucho de los señoritos, cantaban por peteneras, poniendo en solfa las intimidades y miserias de sus «amos» que en las distancias cortas dejaban mucho que desear.
Era la diferencia entre las putas y rameras con las damas de compañía, ligerillas de casco, vida desenfadada y comportamiento atrevido.
Y esto es lo que está ocurriendo hoy con estos nuevos «mayordomos» de los líderes políticos, sí, esos que le llevan la cartera a sus señores. Son los chicos para todo a cambio de favores, prebendas y ventajas.
Directores generales, consejeros, secretarios, asesores, servidores, delegados, chóferes…, todos son fieles a sus «amos» hasta que sus señores prescinden de ellos, o los mayordomos quieren más poder y más sueldo, entonces el entretenido empieza a largar… Es verdad que no siempre es así.
De inmediato empiezan los chantajes, las amenazas, las negociaciones, los chivatos, los traidores, los chantajistas y demás ventajistas, pícaros y chalanes…
En unas semanas los políticos iniciarán su peculiar berrea a ver quien consigue un buen puesto en el nuevo puzzle gubernamental.
Empiezan las berreas y los ejemplares de pasillos se enfrentarán en busca de su ansiado premio.
Despachos, pasillos, cafeterías y coches oficiales serán los escenarios donde se dirimirán las luchas fratricidas y empezarán los ruidos de sables, de mandobles y pescozones.
Y nosotros, los espectadores, mientras duran las berreas apagaremos las televisiones y las emisoras de radio para que vivan su intimidad los participantes en esta peculiar lucha por ser los afortunados amigos del jefe dominante.
El problema se acrecienta con respecto a otras ocasiones al multiplicarse el número de grupos cinegéticos y los jefes a contentar.