Don Felipe y Doña Letizia inaugurarán la exposición “Picasso 1906. La gran transformación”, organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, con motivo de la conmemoración del 50º aniversario de la muerte del pintor, que tendrá lugar del 15 de noviembre de 2023 al 4 de marzo de 2024.
La muestra, que cuenta con la importante colaboración del Musée Picasso Paris, quiere mirar, desde la conciencia estética contemporánea, la primera aportación del artista a la definición del «arte moderno». Hasta ahora, la producción de Picasso en 1906 ha sido entendida como un epílogo del período rosa o bien como un prólogo a Las señoritas de Aviñón. Pero hoy se puede afirmar que 1906 fue un «período» con entidad propia en el devenir creativo picassiano.
Con apenas 25 años, en 1906, Picasso es un artista aún joven, pero ya maduro en sus criterios estéticos. Dejando atrás la bohemia y el pesimismo, se muestra vital y expansivo, incluso sensual; se acerca a planteamientos libertarios y anhela la refundación de la experiencia artística. Con el apoyo de marchantes y coleccionistas, y relacionado con un potente grupo de creadores coetáneos, vive entregado al sentido «procesual» de su obra, busca «lo primordial» y desarrolla su trabajo en tres registros: el cuerpo, la forma y la interculturalidad.
Picasso se aproxima a la representación de la adolescencia arcádica como símbolo de un nuevo comienzo. El cuerpo pintado asume su propia emancipación. El artista aborda sin ambages el poder de la pulsión escópica en su relación con la intimidad femenina desvelada. Lo vernacular se plantea como mitología del origen. La huella figurativa de Fernande Olivier, su compañera en este momento, es utilizada como soporte para la experimentación de lenguajes plásticos. El artista malagueño es capaz de generar fisonomías genéricas y conducirlas a la cualidad de un sintético ideograma. Al mismo tiempo, redefine el entramado entre fondo y figura, propone un nuevo sentido de la mimesis, y desarrolla conceptos matéricos y táctiles en el modelado de la escultura. Su acelerado ritmo de transformaciones va a culminar en los dos primeros meses de 1907 y, en toda su desbordante actividad, para él, el diálogo con Gertrude Stein fue para él fue crucial.
Museo Reina Sofía
Con motivo de la conmemoración del 50º aniversario de la muerte de Picasso, el Museo Reina Sofía ha organizado, con el apoyo excepcional del Musée Picasso Paris, Picasso 1906. La gran transformación, que cierra el programa oficial de exposiciones internacionales de esta celebración y que plantea renovar importantes criterios sobre el papel clave que jugó el artista en la creación del arte moderno.
Es habitual considerar que la contribución de Pablo Picasso (1881-1973) en ese hito fue pintar Las señoritas de Avignon en 1907. Sin embargo, actualmente puede pensarse que esta obra fue el punto de llegada, y el estallido final, de todo un complejo proceso desarrollado a lo largo del año 1906 y finales de febrero o principios de marzo de 1907. Un periodo durante el cual, la actividad creativa del artista tuvo tres escenarios: París, Gósol –localidad del pirineo leridano– y, de nuevo, París.
La producción de Picasso en esa época concreta ha sido entendida hasta ahora como un epílogo del período rosa o como un prólogo a la obra citada anteriormente. Nada más lejos. 1906 no es un año más en la trayectoria del artista. Es un momento artísticamente significativo -no reconocido hasta hoy como tal- en el que las experimentaciones del malagueño abren su obra hacia otros lenguajes. Como indica en el catálogo que acompaña la exposición el comisario Eugenio Carmona, se trata de “la primera aportación de Picasso a la noción plena de arte moderno”.
Durante esta etapa, por ejemplo, el artista transformó -aunque con antecedentes en algunas obras hechas desde 1904- el concepto académico de «desnudo» y convirtió el cuerpo en un lugar de experimentación lingüística y cultural en el que introdujo la sensualidad, siendo especialmente relevante el papel que otorgó al desnudo masculino. Ello abrió las puertas también a la presencia performativa de género.
Otro rasgo distintivo de este Picasso es su sentido de la transculturalidad, que emana de su biografía y la formación de su personalidad. El joven Picasso de entonces es un andaluz emigrado en Barcelona que viaja a París desde 1900. Cuando regresa a Barcelona en 1906, trae consigo todo un bagaje de transformadoras relaciones y vivencias en el ambiente bohemio de la vanguardia en la capital francesa, en el que ha tenido la oportunidad de relacionarse con importantes creadores coetáneos y con marchantes y coleccionistas, siendo transcendental el papel de Gertrude Stein-. Ello fue decisivo en su propia definición como artista, en la que también influyó su interés por la fotografía homoerótica o la etnológica y las reproducciones en revistas de masas así como por el pensamiento libertario o anarquista.
En esos momentos practica además una relectura de la Historia del Arte a través de sus diálogos con El Greco, Corot y Cézanne, y mediante la apropiación del arte antiguo con el uso de referentes culturales primigenios, «primitivistas» e incluso no europeos (arcaico griego, egipcio, etrusco, íbero, románico catalán, mesopotámico, polinesio…). Ya por entonces conocía también y asimilaba el llamado «arte negre», antes de su famosa visita al museo del Trocadero en 1907.
La gran transformación
El recorrido de la exposición se detiene en una nueva sala donde el visitante puede observar Desnudo con manos juntas, una obra comenzada por Picasso en Gósol y probablemente acabada en París que marca el inicio más explícito de una nueva vía hacia el arte moderno.
Dicha obra cataliza el gran giro picassiano de distintas maneras. En primer lugar, Picasso prima la poética del cuerpo. En la compenetración de fondo y figura anticipa el cubismo. Se acentúa la noción del cuerpo como forma, y se hace patente la lectura de Paul Cézanne como un referente de la concatenación picassiana de morfologías geométricas que estructuran la figura en un círculo, una elipse y un ovoide. El espacio vacío transmite sensación de plenitud. Aquí está el verdadero punto de partida hacia el cubismo.
En segundo lugar, al situar su propuesta más allá de localizaciones espaciales y temporales, el artista opta nuevamente por la interculturalidad y la relación con lo primigenio, con reminiscencias de la cerámica griega y el arte romano, las damas oferentes del arte ibérico, y de las máscaras fang, cuya condensación y abstracción de rasgos es similar a la del rostro de Desnudo con manos juntas.
En esta misma sala también se puede ver Retrato de Gertrude Stein, un personaje de notoria y mutua influencia en Picasso que nunca se desprendió de Desnudo con manos juntas y que siempre tuvo la pintura a la vista en sus residencias. El retrato en cuestión ha sido objeto de análisis y fuente de relatos míticos.
A parte del elevado número de sesiones que supuso la elaboración de la obra, Picasso comenzó el retrato en la primavera de 1906 y lo dejó inacabado antes de partir a Gósol para retomarlo en París. Cuando regresa a la capital francesa, una variación en el cuadro marcaría un salto cualitativo en la historia del arte: la inscripción de un rostro-máscara. El Retrato de Gertrude Stein aúna en una misma superficie pictórica dos registros «estilísticos» distintos.
Uno -con matices- está cercano al lenguaje de la convencional pintura «fin de siglo», mientras que el otro es decididamente «primitivista». Esta hibridación es un aspecto crucial en la gestación del arte moderno pues anticipa conceptualmente la ruptura con la «unidad» del cuadro en la tradición de las bellas artes, ruptura que culminaría posteriormente en algunas obras de la modernidad que incorporaron el lenguaje y el collage.
Ya al final de la exposición se muestran otras obras, como Mujeres acicalándose (1956), que reflejan que un elemento singular de la obra de Picasso es su peculiar noción del tiempo y la memoria. En todo lo trabajado por el artista existe siempre una pervivencia, un resumen y reinterpretación a posteriori de soluciones plásticas y visuales.
Esta sala culmina el recorrido por Picasso 1906 subrayando la capacidad del artista para la pervivencia de sus propias fórmulas. Siempre entre la permanencia y el cambio, Picasso hizo de la pervivencia en el tiempo un modo de entender la creación y la Historia del Arte.